martes, 25 de octubre de 2011

LOS OLVIDADOS DE JESUS R. GUERRERO. PROOLOGO DE JOSE REVUELTAS

Mi “descubrimiento” sobre Los Olvidados del maestro Jesús R Guerrero ocurre a través de un artículo que leí en el diario El País de España. Ver enlace:
http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/olvidado/Bunuel/elpepirdv/20100814elpepirdv_2/Tes
A partir de este artículo empecé en el 2010 una búsqueda de artículos sobre Guerrero y dónde adquirirlo e incluso escribí sobre el supuesto plagio:
http://hemilgarcia.blogspot.com/2010/08/luis-bunuel-plagio-al-escritor-mexicano.html
Para lo que no saben del caso: se comenta que el cineasta Buñuel habría plagiado al autor México pues ambas (la novela y el libro) tienen coincidencias en cuanto a trama: el dolor de México, la pobreza y la dura vida de los niños de la calle.
A raíz de mi post sobre Los olvidados esto me escribió el catedrático y escritor Víctor Fuentes que ayudó a establecer diferencias entre película y obra (fechas distintas, lugares distintos, vida urbana versus vida rural, estilo.) Asimismo a partir de un primer email, el profesor Fuentes ha sido un libro abierto para estés servidor.
Igual pese a enterarme un poco más de Jesús R. Guerrero estuve hasta el 2011 sin poder obtener el libro: escribí a España, a México, al Instituto Politécnico, periódicos mexicanos y alguno escritor. Mis resultados fueron desafortudamente negativos.
Un poeta de México de nombre H. Canales gentilmente me fotocopió el libro y lo mandó a Estados Unidos.
Meses después me contacta Lulú desde Francia y me dice que es familiar del fallecido escritor.
Así gracias a ella logro contactarme con Morelia Guerrero, la hija del autor. Actualmente Morelia y yo nos escribimos por carta (como se estilaba gratamente en mis 80’s y 90’s) y hemos empezado un bella amistad teniendo como punto de partida la literatura. Describir la gentileza y calidez de Morelia en post no alcanzaría.
Jesús R. Guerrero y su obra deberían figurar entre los textos de lectura obligatoria en las escuelas y universidades de México pues refleja la realidad de la época- la realidad del personaje principal Martin Gay- y la muestra de manera realista, intensa y sin agravio.
He disfrutado el libro de Guerrero y en algún momento me gustaría comentarlo pues ha sido una fuente inspiradora. De momento considero más apreciable “postear” la espléndida e intensa reseña que el maestro José Revueltas hizo sobre el libro Los Olvidados, escrito por su amigo Jesús R. Guerrero. Aquí la reseña:

A Propósito de Jesús R. Guerrero
Por José Revueltas

El autor de la presente novela [Los Olvidados], que ya con anterioridad había publicado El Diputado Taffoyat y Oro Blanco, es un escritor áspero, como lleno de espinas, y a veces un escritor de una monstruosa sencillez. No escribe “bien” y está muy distante de eso que se llama una persona que “escribe bien”. Pero es un escritor; quiero decir, un hombre que si no escribe bien, expresa bien. Ahí, creo, radica su poder y su fuerza, como ahí radican el poder y la fuerza de todos los que son verdaderos escritores. Las rudas páginas de Jesús R. Guerrero, sus hermosas páginas de piedra, laten y respiran una expresión fidedigna, directa y pura. No hay ninguna retórica que pueda empañarlas, no hay ninguna simulación, ninguna “novela como nube”, sino la mano brutal y varonil tras la cual vibra, primigenio, casi como anterior al hombre, el sollozo, que ahora es un largo, quedo, inmóvil sollozo mexicano.
El poder secreto y misterioso de Jesús R. Guerrero no radica en la estructura convencional de la prosa o en la estructura no menos convencional de la novela; radica en el oído del alma, en el tacto del corazón en los ojos oscuros y patéticos de las entrañas. El siente y mira con otros órganos terrenales que no los nuestros: órganos subterráneos del asombro, geológicos, que nos van diciendo una palabra que sale del fondo, que sale de las paredes interiores del pueblo. Parece como un cactus que hablara, con sus espinas en la superficie, hirientes, y las raíces metidas en la espesa profundidad, ahí donde todo es tierra y roca y silencio y lágrimas. Consterna su voz de tan espantosamente sencilla. Consterna el hecho de que, en ocasiones, “no se nota” lo terrible que ocurre en sus novelas. No se nota de tan terrible, pero a la vez de tan real, de tan simplemente planteado. Este mérito extraño de no recargar los colores dramáticos, sino dejarlos expresarse por sí mismos, por su propia fuerza, es una de las más altas cualidades literarias de Jesús R. Guerrero. A Guerrero no le importan los efectos –o mejor, los efectismos--, y prefiere que por debajo de su voz, por debajo de sus palabras, por debajo de sus personajes, transcurra, como un río sordo y oculto, el dolor de los hombres, atónito, atónito hasta la muerte.
Como México. México atónito: México con los ojos abiertos de estupor, sin palabras para dar cuenta de su sufrimiento, víctima asombrosa, pisoteado, escarnecido, pero interiormente dueño de una fuerza cósmica, dura como la piedra y eterna como el vuelo de los astros. Un México que es el de Jesús Guerrero y que es, también, el México en el cual nos reconocemos, encontrando, al fin, la sustentación definitiva. Así se sustenta Jesús Guerrero sobre la tierra de México, sobre su pueblo. Y así ha entendido el mito de la peña de donde Moisés extrajo el agua para su tribu y toca ahora esa otra peña entrañable y bárbara de la patria.
Toca Jesús Guerrero a la patria para extraer al pueblo de ella convertido en un río poderoso y oscuro. Pueblo escueto, elemental, desesperante, el de las novelas de Jesús R. Guerrero. Pero pueblo cierto, no falsificado, no folklórico. En Los Olvidados, ese pueblo es una sombra trazada a grandes brochazos rudos; grandes y conmovedores brochazos animales, porque, a su vez, Jesús Guerrero es un animal pausado y generoso, lleno de luz por dentro, lleno de zumo agrio y caritativo, como el de los nopales o los magueyes. El pueblo, la masa terrible, huérfana, de Los Olvidados parece no ver: únicamente camina, únicamente oye y camina tras de su destino informulado. No es el pueblo que cantan los poetas al servicio de los políticos: nada más es un pueblo espantoso, ciego, que camina dando tumbos y que pide pan con los ojos sin lágrimas y el corazón lóbrego latiéndole como el remo turbio que condujese una nave, también ella desesperanzada y rota.
Ante ese pueblo se suceden los generales y los redentores, los verdaderos y los falsos, y el pueblo aplaude a unos y a otros, porque lo que él quiere y anhela está más adentro, más oscuramente adentro y más desconocido, y nadie lo ha dicho todavía. Jesús R. Guerrero tampoco lo dice en ninguna de sus novelas; en Los Olvidados menos que en otras. Porque Jesús R. Guerrero, como buen escritor realista, no se propone deformar los hechos para ponerlos al servicio de una tesis. Jesús R. Guerrero se coloca ante la vida –es decir, ante la materia novelística--, como un escucha apasionado, atento, pero fiel. Y su fidelidad es tan honda que parece como si estuviera él mismo abriéndose la carne de par en par. Esta fidelidad no es nada común entre los escritores y menos entre los escritores llamados “de la Revolución”. Los escritores de la Revolución siempre tratan de decir algo por su cuenta, sin que la auténtica y calladísima voz del pueblo llegue hasta ellos. Inventan al pueblo y hasta llegan a inventarse sus propias ideas y ni siquiera con fines artísticos, sino a veces con fines puramente ministeriales o de reaccionarismo político, como en el caso de don Mariano Azuela. Porque es difícil recrear la realidad subordinando esa recreación a los dictados mismos de la propia realidad. Lo más sencillo es la invención pura: la invención del indio, la invención de la tierra, la invención de la política, la invención revolucionaria, como han hecho hasta ahora los novelistas mexicanos contemporáneos. Pero nada más lejos del indio real, de la tierra real, de la política real, de la Revolución real, que esas invenciones amañadas y perezosas.
Los clásicos españoles usaban un término lleno de perfección para definir la labor de un novelista: se valían de la palabra “componer”: componer una novela. ¿Y qué otra cosa es la novela que una composición de los elementos que hay en la vida, en la realidad? ¿Qué otra cosa que el arreglo de los elementos vivos, dispersos en el paisaje contradictorio, abigarrado, difícil, de la realidad? Mas componer la realidad no es suplirla con las buenas o malas intenciones privadas del escritor: es elevarla a una categoría artística, pero fiel al mecanismo, a la mecánica autónoma de la realidad.
Jesús R. Guerrero da la impresión de esos indígenas que a la orilla del camino están sentados, envueltos en su fantástico sarape. Esos indígenas están mirando la realidad con sus ojos lejanos, pero a la vez son indígenas reales y vivientes. Son espectadores pero, simultáneamente, tienen una calidad de acción extraordinaria; viven el mundo real aunque en ocasiones nada más lo sospechen, y ese mundo real los hiere, toca el fondo secreto de su corazón. Jesús R. Guerrero está envuelto en su propio sarape amoroso, en ese sarape de despejada ternura que es su amor por las cosas, por los hombres, por la vida de los hombres, por el sufrimiento de los hombres. Sí, ama el sufrimiento de los hombres tanto como ama su propio sufrimiento, y, desde esa atalaya de amor se nutre como una yedra en torno de la vida.
Se explican así los personajes de esta novela, seres que son, ante todo, los olvidados de sí mismos y que animan vagamente, al influjo de esa fuerza ignorada que es la propia fuerza de la patria sorda, de la terrible patria, nómada a través de su destino: Y Guerrero ama eso, tierno y desesperado, porque comprende que, así haya en lo del sufrimiento la más honda indiferencia y el más grande fatalismo, ningún dolor carece de fecundidad.
En Los Olvidados, como en el hueco de un caracol, escúchase el batir de un intenso mar humano, de un mar sombrío, luminoso, acre, puro y terrible, pero siempre mar vivo, mar humano, mar del pueblo.
Mejor que en El Diputado Taffoyat o en Oro Blanco, Guerrero logra en Los Olvidados una más fidedigna fuerza humana. Los problemas del hombre, el amor, el sexo, el destino, cobran, en la novela de Jesús Guerrero, una cruda dimensión, áspera y brutal, pero certera, exacta. Sus protagonistas están desnudos del alma y de esta manera se convierten, merced al bárbaro recurso, en seres donde puede uno contemplar el pozo infinito del hombre, sus abismos. Martín Gay, con sus nociones elementales y su salvaje, primitivo amor a la vida; la cirquera Copo de Nieve, generosa y cínica; la hermana Matilde… Todo un mundo monstruosamente verdadero en el que palpita, antiguo e indescifrable, el hondo misterio del espíritu.

2 comentarios:

  1. yo opino lo mismo que esta literatura se debe tener en las biblioteca de todas las escuelas de cualquier nivel. soy oriundo del lugar de Jesús R. Guerrero, estoy interesado en su vida y obras y me gustaría tener comunicación con su hija Morelia. soy maestro y en nuestro pueblo no quisiera que pasara desapercibido más. mi correo es agus_ramirez20@hotmail.com mi nombre es Agustín Ramirez

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  2. Gracias por escribir. señor Ramírez. He compartido su información con personas allegadas a Jesús R. Guerrero. Reciba un saludo cordial y gracias por visitar mi blog. Un abrazo. Hemil

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