viernes, 22 de julio de 2011

El Extremo Celeste en un libro de literatura



El Extremo Celeste en un libro de literatura
Más de una persona me ha preguntado porque incluí al Extremo Celeste, la barra del Sporting Cristal en mi novela Sesenta Días Para Abandonar El País. Quizás estas sea la primera vez que alguien incluye al Extremo en un libro.
Aquí ensayo una suerte de explicación “contundente” al respecto o quizás una excusa para poder explicar lo que fue el Extremo para mí.
Todos hemos sido chiquillos y hemos tenido efervescencia de juventud. Mi padre suele siempre decir que uno es incendiario a los veinte y bombero a los cuarenta.
Antes de cumplir dieciocho años, tenía otro tipo de sueños y vivía como los jóvenes vivíamos aquella época: con la oreja pegada al radio a transistores AM para escuchar por Radio Ovación al equipo de mis amores: el Sporting Cristal, el primer gran amor de mi niñez.
Yo no soñaba con estudiar una gran carrera, yo vivía escribiendo mi diario todas las noches y pensando que el Sporting Cristal ganaría la Copa Libertadores y yo estaría en la tribuna para presenciarlo, no sin antes ganarle el título nacional a la U o Alianza. Alucinaba que un día iría a la cancha de Racing a ver jugar a la academia de Paz, Colombatti, Fillol, Iglesias, López.
Desde que tengo uso de razón, mi madre y mi hermano son hinchas de la U por lo que yo pensé desde mis cinco años (basado en el sincero error de mi familia y fantasía de niño) que solamente existía un equipo: La U, y que la selección nacional era lo mismo. Mi Padre simpatiza con el Muni y Cienciano pero nunca fue un gran devoto del fútbol, todo lo contrario.
Pese a ese “nefasto” color crema en las tertulias de familia familiar, los nombres de Gorriti, Quiroga, Uribe, Oblitas, Rojas, Mosquera, Quezada me hicieron ver que el globo terráqueo y el cielo no eran anchos ni ajenos, sino celestes y hermosos.
Yo fui la tribuna norte un par de veces y desde lejos miraba a la barra extasiado, me preguntaba cuándo podría estar allí cantando. ¿Qué se necesita para ser barrista?
Recuerdo que la primera vez que estuve en oriente con la barra yo estaban saltando y cantando como si fuese la final de la libertadores pero estábamos jugando contra el AELU, el cuadro Nisei, y apenas habíamos anotado un gol.
Quizás fue el destino, quizás mi Karma era ser barrista porque fui “captado” por dos personas que tenían presencia en la barra: el Chino F. y Cachaco quienes en algún momento estuvieron dirigiendo la misma.
Me invitaron a ser parte de la barra y quise ganarme la confianza de ellos pero fue un largo proceso, pues, hubo que demostrar en la cancha y fuera de ella que yo tenía pasta de barrista. Afortunadamente hice rápidamente amistad con varios barristas como el Comandante que me brindó posada y comida un día de esos en los que paraba durmiendo en cualquier lugar menos en mi casa.
Hubo una época en que los barristas parábamos juntos viernes, sábado y domingo pues antes que una barra era casi una hermandad.
Mi bautizo como barrista fue un puñete en la cara cuando aún la barra la conformábamos cuarenta personas y en Oriente La U, Boys, Muni y Cristal compartían tribuna. Alguien de la U, en un descuido, me lanzó un puñete mientras alguien con un garfio (mismo Pirata de Callao) me pretendía “hincar” con su brazo metálico.
Ese golpe me sirvió de mucho pues a partir de allí supe que nunca debía pensar gentilmente cuando acudes al “cemento” porque en los escalones del estadio sobrevives si sabes cuidarte la cara, el cuerpo, y las piernas por si alguien te quiere “acariciar” con una “zapatera” “matachancho” o “punta”.
He estado invicto en varias lides, a partir ese puñete. Aprendí a pararme bien, a no dejarme “pesar” por rival y que el primer golpe en una bronca muchas veces define todo. Al que me tiró el puñete en plena cara, que hoy debe ser padre de familia igual que yo, gracias porque me enseñaste eso que solamente se aprende en la calle: la pendejada.
En la barra pasé momentos muy gratos, tristes y algunos desafortunadamente también violentos: grandes partidos frente a rivales clásicos y Copas Libertadores: triunfos memorables a Racing, Boca, Vélez, Olimpia, América de Cali.
Perder un título frente a Huaral en los 90’s con un gol del Venado Aguirre (seguro nadie se acuerda de él, pero sí lo que fuimos barristas. Justo esa tarde era el “cumple” de mi amigo Payasito.
Asimismo la muerte sorpresiva de un barrista apodado el Loco, evento que me tomó de sorpresa y que me indicó que en algún momento debía trazar una línea recta en la curva de mi vida, mi vida loca (tomo prestada esta frase al escritor Luis Rodríguez y su libro sobre pandillaje en California llamado “Always Running” en el cual menciona que se hace un tatuaje con esta palabras).
Y también la “batalla” que tuvimos que enfrentar con la Barra Norte en el Lolo Fernández cuando incendiaron el bus cervecero que pudo terminar en tragedia. Fue un tarde gloriosa en la cual por primera vez jugamos de visita en el Lolo y la barra del Sporting Cristal acudió en masa lo cual causó sorpresa general pues se pensaba que antes las amenazas de una supuesta bomba, los celestes no iríamos.
Esa día en el Lolo fue una batahola infernal pues trescientas camisetas celestes, de los cuales apenas ochenta eran barristas y guerreros se enfrentaron al grueso de la Barra Norte que eran más de quinientos. En nuestra barra había padres de familia y hasta personas de la tercera edad como el Tío Coqui de Surquillo que solía invitarme un cigarro cuando estaba “aguja”.
Las fotos y las imágenes de TV de aquella época muestran como en inferioridad numérica dentro de la misma Cancha Pelo, Comandante, Rata, Flaco hicieron correr a los locales hasta que la policía nos metió palo y vino a recuperar banderas que en su misma cancha habían sido “confiscadas” por la gente pesada del Extremo.
El recuerdo más tierno de ese tarde infernal en Lolo es la imagen de un niño de ocho años que vendía cigarrillos y era hincha celeste. El niño aterrado me abrazó y le dije que no se despegué de mi lado y lo protegí con mi vida. Al terminar el partido que ganamos con dos golazos de la Pepa, Tobi y yo fuimos los dos primeros en salir para “saludar” como se debe a quienes había venido a tocar el portón de la tribuna con tanta insistencia.
Más de veinte años después de aquellos eventos, los miembros de esa Barra aún hoy nos comunicamos y existe la llamada Guardia Vieja que todavía acude al estadio ya sea con sus esposas e hijos. Se hacen actividades también siempre en pro de buenas causas. La última: un arreglo florar y bandera por el sensible fallecimiento del futbolista Gianfranco Espejo.
Hoy muchos de esos son barristas son profesionales: abogados, periodistas, publicistas, administradores de banco, empresarios e incluso doctores.
¿Qué es lo que había dicho mi viejo sobre la juventud?
Ah, sí, Incendiario a los veinte y bombero a los cuarenta.
Me han preguntado cómo un escritor y periodista puede ser asimismo barrista o hincha de un equipo y la respuesta no es fácil, quizás debería hacerse una mesa redonda algún día en el cual Antonio Cisneros pudiese explicar su pasión por la celeste, o el mismo Bayli.
Sé de otros escritores que son hinchas del futbol. Balo Sánchez León es hincha acérrimo de Alianza y casi casi nos hicimos amigos un tarde en la tribuna donde compartimos butaca en Occidente, conversamos lindo hasta que Cristal le encajó dos goles a Alianza y la cara del buen Balo cambió. “me escribes”, dijo el buen Balo y lo hice, pero sé que eso dos goles no los olvida. Tampoco quizás olvide que me saqué la camiseta en el palco preferencial de Occidente y mostré mis dos tatuajes y mis 80 kilos de peso. Previo a la presentación de mi primer libro, no me había rasurado una semana, por lo cual quizás Balo haya pensado que yo no era en realidad escritor, sino una afiebrada barra brava con sueños de opio por escribir. Quizás este en lo cierto y no los culpo.
Mario Vargas Llosa es hincha ferviente de la U.
Martin Roldan, escritor y amigo que estuvo en la mesa de presentación de mi último libro, es asimismo barrista del Comando Sur e incluso publicó un libro cuentos de fútbol llamado Este Amor No es Para Cobardes.
El fútbol, y a veces la misma literatura, no siempre tienen explicación. Son simplemente una segunda piel, un amor que no se olvida, la evocación de nuestra niñez, el barrio, los goles, la blanquiroja clasificando a Argentina 78 o a España 82, las peleas de puño limpio como en Cara de Ángel de Reynoso y los duelos tipo Día Domingo de MVLL. Confesión: yo vivo prendado de estos dos textos.
Los hinchas le cantan siempre a “los que no entienden este pasión”. Porque no hay nada más hermoso que tirar papel picado y gritar el nombre de tu equipo, cuando el cielo celeste intenso te anuncia una tarde de goles, abrazos y festejos, y la hinchada en el escalón se viene abajo hasta el alambrado, y te olvidas que el lunes tienes un examen jodido o lidiar con la oficina y un jefe que solamente pide resultados mientras en vez de trabajar, conversa solapadamente con la trampa.
Los hinchas lloran cuando ven al equipo perder o cuando se da la vuelta olímpica, lloran tanto como cuando los futbolistas, en una muestra de hombría y pundonor, derraman lágrimas en el gramado por el título perdido.
El fútbol nos transporte a un lugar hermoso llamado gol donde no existe el tiempo, problemas, clases sociales, tristezas, ni odios. Cuando gritas la palabra gol, el sonido de tu garganta te hipnotiza y sabes que el amor por tu camiseta es siempre incomparable, eterno porque cuando tu equipo juega simplemente te olvidas de todo, incluso de llamar a tu enamorada, del “cumple” de tu mejor amigo. Porque uno puede cambiar de trabajo, de auto, de casa, y a veces hasta de pareja, pero de equipo, jamás.
Es por ello que incluí al Extremo Celeste y al Sporting de mi vida en mi libro que tiene asimismo experiencias (algunas duras) por tierras lejanas en USA: Washington DC, Virginia, New York, New Jersey. Un libro simple y franco en intención.
Un abrazo a todos aquellos que han tenido la enorme dicha de haber gritado un gol de la celeste y a aquellos que no, también, un abrazo fraterno.
Gracias
Hemil Garcia Linares
Hemilgl@verizon.net

lunes, 11 de julio de 2011

Novela sobre inmigrantes en Estados Unidos. “Sesenta Días Para Abandonar El País”



Novela sobre inmigrantes en Estados Unidos.
“Sesenta Días Para Abandonar El País”


En las últimas tres semanas he viajado bastante y me siento agotado, pero al recordar cada momento, sonrío. Manejé 750 millas desde Virginia hasta Connecticut ida y vuelta por el tema de la beca literaria que me otorgó generosamente Wesleyan University.
Confieso que me gusta manejar a velocidad y me relaja. Me gusta ir a 75-80 millas por hora. 110-120 kilómetros por hora, me gusta dejar “todo” atrás y acariciar el futuro con el pie hundido en el acelerador. Confieso que me gustaría acelerar y romper la barrera del tiempo, cortar el viento, penetrar el aire, mezclarme con la noche. Me gustaría ser tan veloz como un pensamiento y así poder alcanzar el mañana. No es que quiera huir de mi presente ni de mi pasado, solamente me obsesiona mirar adelante. Mí pasado jamás lo olvido: es casi una fotografía en blanco y negro que llevo tatuada en el pecho.
Me fascina ir a Connecticut (casa de Twain con museo incluido) porque cruzo Maryland (aquí murió Poe en Baltimore) Delaware, New Jersey (tierra de Ginsberg y barrio de Keruac) y New York (ciudad donde vivió Lorca y murió Lennon) y hay por allí mucha historia y literatura.
. ¡Nada como manejar y ver NY de Noche! y claro cruzar el inmenso puente de Delaware y el George Washington Bridge.
Pero mi Travesía por Connecticut no fue del todo grata. Una conversación áspera con dos escritores (la intolerancia existe en todos lados) y extrañar mucho a mi hija me hicieron regresarme de Newton, ciudad donde queda Wesleyan. Manejé sin parar casi siete horas con un descanso de cuarenta minutos. No todo estuvo mal, algunas clases fueron muy buenas y me reencontré con una escritora joven con quien coincidimos en otra conferencia en el 2010.
Luego de estar en Connecticut estuve en Chicago, Miami, Texas, con destino final Lima para presentar mi novela.
El viaje ha sido más accidentado de lo que jamás pude imaginar: perdí el vuelo en Chicago a Lima por lo cual llegué un día después a mi patria, mis maletas estuvieron inubicables por cuatro días, me extrajeron una muela, me cauterizaron una herida, me enfermé del estómago y no pude viajar a Huancayo donde me esperaban para presentar el libro. Mi esposa e hija también tuvieron complicaciones de salud. Tuve asimismo otras eventualidades, algunas muy vitales, de las cuales hablaré en su momento.
El viaje de regreso no fue la excepción. Perdí el vuelo Texas- Virginia y que quedé varado cinco horas en Houston donde fui revisado por un scanner que me auscultó hasta el occipucio, pues ahora corre el rumor de ataques con bombas líquidas que los terroristas se pondrían en el cuerpo. Siempre he llevado una bomba en mi cuerpo, pero es otra de la cual nadie no todos entienden: escribir es una vocación de furia. Y el único líquido que llevo en mi es el vino Queirolo y alguna cerveza que bebí en Lima.
Pese a toda la travesía accidentada me queda el dulce sabor de haberme abrazado con mi numerosa familia y amigos, los dos talleres de cuento que dicté, y la presentación del mi novela en la Casa de la Literatura con el tremendo apoyo de mi familia, amigos, compañeros de aulas, colegas, blogueros, alumnos de Bausate(Mario Gonzales, Mónica Benavides) y la editorial Vagón Azul y mi editor Eduardo Borjas; mi amigo , el escritor Martin Roldan y el periodista del Diario Gestión Raúl Castro, y por supuesto, la embajada de España en Washington DC que me apoyó para hacer publicar esta novela. ¡Tóquenla, es realidad!
No creo que me competa valorar ni hablar sobre mi novela. Casi siempre escucho por allí decir frases como esta: no es porque que sea mi novela, pero está bien escrita.
A mis cuarenta años no voy a cometer la estupidez de ser juez y parte de mi propio escrito. Apenas puedo decir que es más que ser una novela, es quizás una nivola (copio la palabra al gran Unamuno) o un esputo de rabia y a veces de humor.
En la novela hablo de las torres gemelas, del pentágono, de septiembre del 2001, una fecha que a mí me marcó y del American Dream que yo he visto, que no se parece a esos reportajes light de TV. En todo caso, resumo aquí una suerte de sinopsis de la novela, y a partir de esta o de la novela misma, cualquier lector, el público culto y conocedor, y los “entendidos” podrán opinar lo que les venga en gana.
Un abrazo eterno a todos lo que me han apoyado, y los que me han ignorado simplemente les obsequio, virtualmente, el látigo de mi indiferencia.
SESENTA DIAS PARA ABANDONAR EL PAIS. SINOPSIS
Sesenta Días para Abandonar el País es una novela de ficción ambientada en Lima, New York, y Virginia que narra los últimos sesenta días en Lima (en cuenta regresiva) de Gerardo Gómez (alter ego del autor), un joven periodista subempleado como vendedor en un banco, que decide emigrar a los Estados Unidos no sin antes tratar de agotar recursos, algunos desesperados, por quedarse en Perú.
Gerardo se debate en una suerte de frustración profesional e incertidumbre, un drama latinoamericano muy común, que lo obliga, al igual que a muchos jóvenes, a desplazarse a Estados Unidos.
Sin embargo la transición entre decidirse o no a viajar lo sumerge en un divagar casi onírico y de noche escribe o recapitula cada día hurgando a veces en el pasado tratando de encontrar explicación a su situación actual.
Gerardo y su novia Karla dedican sus días a tratar de sentirse bien y lidiar con esta separación que asumen será temporal. Pero la frustración porque el viaje se acerca fuerza acaloradas discusiones que esparcen dudas y temores.
En medio de la monotonía de los días Gerardo se ve envuelto en situaciones diversas y disparatadas que hacen más hostil y confusa su permanencia en Lima: una pelea con un ciudadano mexicano que deriva en una situación aún más inverosímil, insostenibles charlas con una anciana que le adeuda un dinero, y la aparición de Marite, una bella joven, a quien conoce en una agencia de viajes.
Gerardo llega a Virginia en Septiembre del 2001 un mes que marcará su vida y se enfrenta al proceso de aculturación en medio de breves viajes por carretera a New York, New Jersey y por las calles de Virginia y DC donde Gerardo, una suerte de narrador cámara, observa una ciudad agreste y ajena.
Múltiples y disímiles trabajos, la búsqueda del sueño americano y ser un Self-Made Man hacen de esta e novela “autobiográfica” un documento sobre Estados Unidos narrada desde la perspectiva de un inmigrante que en una suerte de diario escribe sobre cada día que transcurre como si fuese el último.