sábado, 2 de mayo de 2009

SOBRE MI LIBRO " CUENTOS DEL NORTE HISTORIAS DEL SUR" Y EL CUENTO " EL HURACAN"

Algunos amigos y personas relativamente cercanas estuvieron preguntándome exactamente sobre qué escribo y que les diga más sobre mi libro “Cuentos de Norte, Historias del Sur” a publicarse en Mayo del 2009 por la editorial Casatomada.
Dicen que los que escriben se enamoran mucho de sus obras como si de sus hijos se tratasen por eso prefiero mostrar un texto breve y no comentar sobre mis escritos. Quizás yo mismo sea mi peor crítico y quienes me conocen saben que soy un maniático-compulsivo-obsesivo de examinar en demasía lo que ya esta oleado y sacramentado. Esta razón es suficiente para no querer “analizar” y o explicar(al menos por ahora) mi libro. En todo caso comparto parte del prólogo que la conocida Poeta Carmen Ollé ha hecho del mismo:
En Cuentos del norte, historias del sur nos enfrentamos al racismo, a la pobreza, y a la violencia callejera, pero en ellos también aflora la fortaleza de la mujer luchadora en la figura de la madre, la precaria vida familiar, el barrio, el amor siempre imposible cuanto más ideal.
Los temas del norte giran, por supuesto, en torno a la difícil existencia del emigrado, a la falta de identidad, al terrorismo y al anonimato de las grandes ciudades. Hemil García es un escritor de su tiempo, pergeña sus historias desde el país que lo acoge, los Estados Unidos, con la autoridad de quien necesita decirlo todo, pero construyendo intriga, para deleite de los lectores de acá y de allá.

Aquí el texto:
El Huracán
Todo lo que se hace por amor
se hace más allá del bien y del mal
Friedrich Nietzsche

“¿Can we stay here?”, preguntó el niño y Magda por primera vez no supo qué decir. Respiró hondo y fumó lo que quedaba del cigarrillo. Miró al pequeño. Sus ojos caramelo esperaban respuesta. Puso la colilla en el cenicero y sentó al niño en sus piernas mientras el humo del cigarrillo dibujaba arabescos en la habitación.
“No podemos quedarnos aquí. Tenemos que viajar, mi rey”, dijo su madre y lo besó. No le mentía. Ellos debían mudarse cada dos meses. Magda ―ya acostumbrada a la rutina ―se alistaba para tomar un baño mientras Bobby ―su hijo ―lidiaba con su pequeña vida errante provisto de un videojuego que llevaba consigo por todo Virginia. Llevaban casi tres años viajando. Caras nuevas, siempre extrañas y detestables que aparecían y se esfumaban rápidamente, como los autos que transitaban en Arlington Boulevard. La avenida extensa y ajena cobijaba restaurantes latinos, lavanderías y tiendas de alimentos, y a su alrededor, sud y centroamericanos ―cigarrillo en mano ―conversaban mientras esperaban que algún contratista les ofreciera trabajo aunque sea por unas horas.
La habitación del tercer piso donde viven tiene un olor eterno a tabaco impregnado desde siempre; un hedor rancio como si el cuarto ―el edificio entero ―hubiese sido construido por fumadores quienes adrede dejaron las colillas dentro de las frágiles paredes de madera prensada. “¿Puedo prender my videogame, mommy?”, dijo Bobby y Magda asintió con la mirada. “Tengo que tomar un baño, mi rey”, dijo ella. Se dirigió al baño y dejó la puerta entreabierta. Frente al espejo miró su rostro de treinta años ¿o son treinta y tres, Magda? ¿Importa acaso? Se quitó el pijama y su piel canela, aún tersa, afloró inundando las paredes amarillas del baño. En su rostro cansado resaltaban vívidos sus ojos verde mar caribeño, un mar templado y transparente que en ocasiones puede tornarse salvaje e impredecible como un huracán, porque ella sabe ―aunque no lo quiera reconocer ―que lleva un huracán dentro.
Magda abrió la llave de la ducha y el agua tibia bañó su piel. Deslizó el jabón por sus brazos, espalda, y buscó luego los pechos generosos, se entretuvo y bajó lentamente hacia el vientre terso, hacia su sexo; recorrió sus muslos y pantorrillas y finalmente se inclinó para acariciar sus pies con el jabón. “Me caigo de sueño”, pensó.
Recordó que su hermano le había ofrecido darle trabajo en su bodega allá en Guatemala y que no se preocupara por nada. “Una ayuda extra no caería nada mal ahora”, caviló. Qué diferencia hacía cinco años cuando llegó a Estados Unidos con tantas ilusiones. Estaba trabajando en un restaurant de comida mexicana como mesera y sacaba muy buenas propinas. Al cumplir un año en el trabajo conoció a José Ramón, un mexicano trabajador y bien parecido que la enamoró hasta que ella dijo sí. Y tontamente (piensa ahora) perdió la cabeza y se distrajo: que vámonos al baile, Magda, que vámonos de paseo a la playa, princesa. Y todo era baile, paseo y felicidad hasta que se embarazó. Cuando se lo dijo, José Ramón se mostró alegre y fueron juntos a la primera cita médica. Y después, a la siguiente semana: la tierra, la migración, el destino, Dios, el diablo o el chupacabras se tragó a José Ramón porque nunca más apareció.
El embarazo fue complicado y Magda debió dejar el trabajo en el restaurant y de allí la vida dio un giro de 360 grados. “¿Y ahora a qué te dedicas?”, le preguntó su hermano cierta vez y ella simplemente le contestó, “Soy independiente. Me dedico a las ventas”.
Ahora el panorama no podía ser peor, ¿o sí? Si pudiese volver a casa con dinero. Siempre el pinche dinero. Si lo tuviera mandaba a todos pal carajo. Qué flojera, tengo que apurarme con la ducha. ¿Y si le hiciera caso a mi hermano?, tal vez me iría mejor allá. Pero mi niño es el problema ¿Se acostumbrará? Tiene que practicar su español, y lo más difícil será lo de la comida “Mommy, no me gustan frejoles”, dice y no quiere comer, pero cómo devora los chicken nuggets. Lindo mi bebe con su nintendo “¿Por qué no tenemos casa, Mommy?” me dijo el otro día y me agarró sorprendida. “Tendremos una casa linda”, le digo. “¿Cuándo?, preguntó él. Le contesté que algún día y cambié la conversación y le pregunté si le gustaría ir a Guatemala a conocer a sus abuelos y dice que sí ― qué vivos son los niños ―pero sólo si allá vamos a tener casa. Le dije que sí, que la casa de los abuelos es grande y es nuestra también y que iremos a la playa y cuando nos sentemos en la orilla no nos iremos de allí jamás y…
Casi terminaba de bañarse cuando sonó el timbre. “Mommy, the bell is ringing”, dijo Bobby, y Magda se enjuagó como pudo y cerró la llave de la ducha. Cogió la primera toalla que encontró a mano y recogió su cabello en coleta. Se puso una bata fucsia y salió del baño.
―¿Quién es, Mommy? ―preguntó el niño sin dejar de jugar con el videojuego.
―No sé, mi rey. Voy a ver ―contestó ella, dirigiéndose a la puerta. Había un hombre extraño al frente. Ella lo miró levantando una ceja y luego de hacerle una seña cerró la puerta. “Bobby, mi rey, anda un rato donde tu tía Sandra, y luego te recojo, ¿Ok baby?”, dijo Magda y desconectó el videojuego. Lo puso en una bolsa junto con un paquete de galletas que estaba en la mesa de noche. El niño salió de la habitación con la bolsa en la mano y tocó la puerta del costado. A los segundos salió una mujer de cabellos desgreñados, shorts rojos, y en brasiere, y al mirarse con Magda se entendieron sin hablar. No bien el niño traspuso la puerta contigua Magda volvió a la suyo.
“Pasa, cariño”, dijo Magda al extraño que esperaba afuera y cerró la puerta. Apenas esbozó una sonrisa metálica al quitarse la bata y se recostó en la cama, desnuda y perdida porque sabía que el huracán que llevaba dentro ―aunque ella no lo quisiera ― saldría a flote una vez más para azotar las sábanas.



( Copyrights Hemil Garcia Linares 2008)

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