miércoles, 31 de agosto de 2011

NOVELA DE INMIGRACION DE HEMIL GARCIA . PRESENTACION EN CENTREVILLE VA SET 10,2011


NOTA DE PRENSA

ESCRITOR PERUANO HEMIL GARCIA
PRESENTA NOVELA SOBRE INMIGRANTES EN USA.
CENTREVILLE VA SEPTIEMBRE 10 DEL 2011 5.00 PM.
(Con el auspicio de la Embajada de España en Washington DC)



El éxodo de jóvenes peruanos como alternativa de superación, enfrentarse a un país extraño después de una guerra interna en el Perú de los 90’s, y un proceso de aculturación convulsionada en los Estados Unidos del 2001 es el leit motiv de la primera novela del escritor peruano Hemil García Linares, titulada Sesenta Días Para Abandonar El País.

Luego de publicar en el 2009, Cuentos del Norte, Historias de Sur, libro que es materia de estudio en más de una universidad estadunidense, García Linares esta vez sorprende con una novela con rasgos autobiográficos y testimonios implacables de un American Dream que es a veces esquivo, cuando no impasible e indiferente.

Una novela descriptiva sobre el self-made man y ciudades como Lima, New York, Washington DC, Virginia en las cuales los personajes se enfrentan por imponerse y sobrevivir frente al temor recurrente de la violencia en diversos aspectos.

Hemil García Linares (Lima, 1971) Periodista y escritor. Ex editor de la revista Raíces Latinas (USA). Sus cuentos han sido antologados en México, Estados Unidos, Argentina y Dinamarca. Su libro Cuentos del norte, historias del sur, obtuvo el International Latino Book Awards en New York en el 2010.En mayo del 2011 obtuvo la beca literaria Joan Jakobson otorgada por la Universidad Wesleyan de Connecticut -Estados Unidos.

Sesenta días para abandonar el país, se presentará el Sábado 10 de Septiembre del 2011 a las 5.00 PM. en Green Trails HOA Club House, 14300 Green Trails Blvd, Centreville VA 20121.
Los comentarios y presentación estarán a cargo de Lesley Lee Francis, Ph.D. en Lenguas Romances (Duke University), Eugenia Muñoz, Ph.D en Español (VCU) y María Esther Cáceres, Licenciada en Comunicación Social (Universidad San Antonio Abad, Cuzco-Perú). La novela cuenta con el auspicio de la Embajada de España en Washington DC.
El ingreso es libre. Amplio parqueo gratuito disponible.
Contacto e informes: Hemil García Linares mail: hemilgl@verizon.net , kathyasrg@verizon.net
(703) 328-5774 (703) 887-3242

Comentarios acerca del autor:

“Acercarse al mundo narrativo de Hemil García es irse dejando llevar por los hilos de una trama que va absorbiendo línea a línea a medida que transcurren las circunstancias vitales de los personajes. Sus lectores o bien se identifican con aquellos personajes de los cuales conoce directamente muchas de sus circunstancias porque las ha experimentado, las ha escuchado o las ha presenciado. O bien esos lectores se sorprenden y conmueven frente a personajes cuyas experiencias, angustias, luchas, frustraciones y sueños les eran ajenos por lo desconocidos”.
Eugenia Muñoz, Doctora en Literatura y catedrática de la Universidad VCU en Virginia Estados Unidos.

“Con este relato de exilio, llegamos no a una utopía, tampoco a ese American Dream que se ha convertido en el único sueño terráqueo, y que los foráneos del tercer mundo solo vemos por televisión. Efectivamente, con el protagonista de esta historia somos testigos del terror. Sin embargo, hay un constante vitalismo, una hermosa resistencia, un horizonte que, aunque no se avizora tan claramente, se supone que es el último bastión donde podrá ser posible una vida más humana. He aquí, entonces, una novela post-11 Set”.
Miguel Ildefonso, escritor y poeta peruano.

Agradecemos su difusión.

Direcciones:


Driving Directions
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Club House will be to your left right after Centreville Elementary School.

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lunes, 22 de agosto de 2011

No estaba muerto andaba de parranda. ¿Penúltimo Post del 2011?

No estaba muerto, andaba de parranda. ¿Penúltimo Post del 2011?Les agradezco a los amigos por sus posts preguntando, ¿Que ha sido de tu vida?
A los amigos que desde España, Canadá, Italia han preguntando por este servidor y por adquirir mi reciente libro. Y obvio a mis amigos y familia en Perú.
Ha habido un poco de silencio desde mí llegada a USA y pido mil disculpas. No ha sido intencional.
Me encuentro bien: no he sido raptado por ningún alienígena, ni el Chupacabras, el Buggyman, La Llorona, El Chullachaki, o el Tunche. Tampoco he tocado el cielo con unos de trabajos-pirámides en los cuales terminas ganando cantidades exorbitantes de dinero sin hacer nada, solamente embaucando a tu propia familia y tus amigos.
La verdad he llegado agotado a Virginia y una de las razones primordiales es que siempre duermo pocas horas. Me gusta leer hasta tarde y otras veces tengo “trabajo” literario por hacer o trabajo “real”, el cual paga las cuentas.
Ayer domingo tuve una entrevista en Radio Fairfax www.fcaca.org que solamente en la ciudad de Fairfax llega a 250,000 hogares y hoy lunes otra televisiva para el Programa Héroes Latinos. www.heroeslatinos.org que difunde el autor Salvadoreño Fredys Romero quien es un promotor incansable de la cultura latina en Virginia.
Ahora toca preparar la presentación en la tranquila y acogedora ciudad de Fairfax, esta vez sin la ayuda de mi editor en Lima, Eduardo Borjas, quien dicho sea de paso organizó una lectura muy amena en la Casa de la Literatura en Lima.
Para mi suerte y fortuna, mi esposa Kathya está poniéndose todo este peso al hombro y junto con un par de colegas escritores y periodistas intentaré no defraudar a mi familia y amigos en USA en la lectura que haremos en Virginia.
Ya comenté que mi viaje ha sido muy complicado y llenos de sorpresas como las expuestas antes: viajes cancelados, problemas de salud (nada de peligro).
Luego de presentar un libro, por lo general descanso un mes o dos y después vuelvo a escribir con mucha intensidad. Pero esta vez ha ocurrido lo contrario.
Temas familiares cruciales en Lima han determinado que forzosamente tome al menos un par de meses sin escribir. Para nada considero que este momento “íntimo” sea negativo o un retroceso, todo lo contrario, creo que podría darle más sentido a mi vida y completar la búsqueda que he tenido siempre por encontrar mi corazón, mis ilusiones y ser quien yo quiero ser: una persona simple, alguien que disfruta estar en familia, alguien que le gusta ir a la playa o pasar un día de campo en el rio; compartiendo y riéndose, con esa complicidad de pasarla bien con la gente que amas, con aquellos por los que puedes dar tu vida, aquellos que transforma el tiempo en alegría.
He dejado de lado algunos proyectos: tomar una clase o dos este otoño: literatura inglesa y norteamericana y empezar un ambicioso proyecto académico, una novela a media hacer en español y otra enteramente en ingles.
El destino y dios (si me puede al fin ver) ha querido que varios proyectos queden de lado por algo que no es menos importante: luchar por el bienestar de mi familia como siempre he intentado hacerlo.
Miranda, Kathya y yo encontramos bien de salud y espiritualmente fuertes pero enfrentando valientemente toda adversidad y esta recesión que ha evaporado el dinero de la gente (las minorías se han visto muy afectadas), arrancado las casas que con tanto esfuerzo muchos compraron. En estas épocas no hace falta tener un buen trabajo (tengo uno) si no tener hasta dos o inventártelas para poder sobrevivir. Y en ese andamos y pese a que nos sentimos extremadamente afortunados de conservar lo poco que tenemos, igual duele escuchar que tus amigos e incluso familiares han perdido sus condominios, casas o autos porque no pueden pagarlo. Y no solamente eso, también sus trabajos y la dignidad de saber que puedes proveer a tus hijos.
El mundo y sobre todo en USA siempre rige la ley del más fuerte. Las personas de a pie nunca tendrán rescate financiero alguno. Solamente los bancos y grandes corporaciones. Creo que fue Bill Gates quien en una presentación en un centro educativo dio una de sus máximas para triunfar: la vida no es siempre justa, acostúmbrate.
Comparta o no la que diga Gates, la realidad de sus palabras cobran brío en este mundo cada vez más violento donde se miente, se hiere, se mata, se secuestra, y se agrade física, verbal y hasta virtualmente de manera gratuita o por nimiedades cualesquiera: tierras, fanatismo, ambición, poder, odios, rencor, o ignorancia.
Mi siguiente post de estos meses será probablemente el de la presentación de mi libro el 10 de Septiembre del 2011 y posteriormente habrá un receso obligado: los sábados y domingos de los que queda del verano quiero dedicarme a ir al rio o la playa, o a un parque; por una cuestión de salud mental y espiritual y porque, antes que escritor, mi meta es ser un humano sensible y entiendo que la familia siempre es primero.
Desde hace Junio no he podido escribir una sola hoja que valga la pena y sé que no debo forzar que las historias salgan. Mi mente está en otro lugar y no piensa en escribir, mi corazón me dice que debo estar al lado de mi hija. Una de las primeras frases que mi Miranda ha aprendido en ingles ha sido: Papa, no book.
No va ser un alejamiento largo y por el contrario quiero pensar que será para volver con más fuerza. Le agradezco a toda la familia y amigos por su apoyo incondicional en las presentaciones del 2009 y 2011 y los que se comunican ya sea telefónicamente o por internet.
Como decimos trilladamente: esto no es un adiós sino una hasta luego; o como diría un desaparecido y popular animador de nuestra televisión chola, apenas: un comercial y regreso.
A los escritores peruanos Carmen Olle, Oswaldo Reynoso, Martin Roldan, Cathya Adui, Miguel Ildefonso, Rodolfo Ybarra, Jesús Jara, Juan Mauricio Muñoz, Vagón Azul Editores.
En Estados Unidos a los colegas y académicos Natalia Gómez, Eugenia Muñoz, Víctor Fuentes, Stephane Bedere, Lesley Lee Francis.
A los blogueros les pido mil disculpas por este receso forzado. Aunque no escriba intentaré en lo posible poner artículos de otros, que al final son más relevantes que los míos.
Un abrazo fraterno y agradecido.
Hemil García

lunes, 1 de agosto de 2011

Algunos Aspectos del Cuento de Julio Cortázar


Algunos Aspectos del Cuento de Julio Cortázar(
Este post se publicó a la 1.57 de la mañana del día martes 2 de agosto del 2011 desde Virginia previo a preparar un chilcano con Pisco acholado Queirolo (obsequiado por mi padre), limón y Canada Dry . ha sido un día larguísimo y eterno y mañana , por fortuna tengo un día relajado: piscina y nadar con mi princesa Miranda)
Cuanto tenía apenas veinte dos o veintitrés, mis primeras clases de cuento las hice con el escritor Reynaldo Santa Cruz en un taller en el Centro Cultural La Noche. En aquellos lejanos noventas documentos como el que voy postear eran menos accesibles y apenas se podían copiar o con suerte leías algún fragmento si los que tenían el bendito archivo abrían su corazoncito Rimbaudiano de poeta maldito, y decidían compartirlo dejando su Shopenhauariano pesimismo pensando que así los otros serían mejores escritores. En otras palabras, algunas personas no querían simplemente compartir sus textos de teoría literaria por considerarlos “difíciles” de conseguir.
Recuerdo que en el taller se me ocurrió pedir textos de“teoría literaria”. Reynaldo accedió, aunque con algo dijo respecto a mi pedido. Ha sido hace más de dos décadas así que no recuerdo muy bien que dijo (creo). Igual le estoy agradecido porque en el taller de Reynaldo pude leer por primera vez un texto mío.
Del taller recuerdo que aprendí los aspectos básicos del flashback, el contrapunto ,sobre el narrador omnisciente y las voces del narrador, pero pasarían mucho años para poder no solamente entender los conceptos sino aplicarlos adecuadamente y hacerlos fluir sin que se vean como meros ejercicios. Pese a que el taller me fui útil, recuerdo también que algunos alumnos actuaban como si hubiesen ganado el Juan Rulfo, especialmente uno que tenía apellido de ciudad peruana del norte. De todos estos prospectos de escritores y pasados veinte largos años, ninguno se ha hecho conocido ni en pelea de perros, yo tampoco, pero parece que fui el único que siguió, no diría con la pasión, sino con la terquedad por escribir. Cuando se tiene veinte, hay siempre mucha pose y cualquiera quiere ser poeta. Y hasta pululan multifacéticos que tienen talento desmedido para escribir poesía y prosa. Y se dan maña para andar siempre con un libro bajo las axilas pensando que también se puede aprender a escribir por absorción.
Yo nunca dije que quería ser escritor, solamente necesitaba escribir y he escrito muchos años sin hacer siquiera pensando en publicar.
Como yo no creo en esos secretismos cojudos, hermetismos, cofradía de escritores, ni pertenezco a ningún club de Tobi literario, comparto el documento Algunos Aspectos del Cuento de Julio Cortázar con todos los escritores noveles o no. Es un texto literario, que a mí en lo particular, me ha servido y también ha hecho más delicioso escribir. Considero que este texto debería repartirse en las escuelas secundarias y en las clases de literatura de las universidades, sobre todo para que lo lean los profesores. Sobre todo aquellos que hacen de la enseñanza una modorra mecánica. Cito al exquisito Oscar Wilde quien respecto a la educación dijo: “Nuestro entusiasmo por la educación se ha extremado hoy los incapaces de aprender se han puesto a enseñar”.

Aspectos del cuento
Julio Cortázar
Puesto que voy a ocuparme de algunos aspectos del cuento como género literario, y es posible que algunas de mis ideas sorprendan o choquen a quienes las lean, me parece de una elemental honradez definir el tipo de narración que me interesa, señalando mi especial manera de entender el mundo.
Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa y efecto, de psicologías definidas, de geografía bien cartografiadas. En mi caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable, y el fecundo descubrimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero estudio de la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo realismo demasiado ingenuo. Por eso, si en las ideas que siguen encuentran ustedes una predilección por todo lo que en el cuento es excepcional, trátese de los temas o incluso de las formas expresivas, creo que esta presentación de mi propia manera de entender el mundo explicará mi toma de posesión y mi enfoque del problema. En último extremo podrá decirse que solo he hablado del cuento tal y como yo lo practico. Y sin embargo, no creo que sea así. Tengo la certidumbre de que existen ciertas constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas, dramáticos o humorísticos. Y pienso que tal vez sea posible mostrar aquí esos elementos invariables que dan a un buen cuento su atmósfera peculiar y su calidad de obra de arte.

La oportunidad de cambiar ideas acerca del cuento me interesa por diversas razones. Vivo en un país -Francia- donde este género tiene poca vigencia, aunque en los últimos años se nota entre escritores y lectores un interés creciente por esa forma de expresión. De todos modos, mientras los críticos siguen acumulando teorías y manteniendo enconadas polémicas acerca de la novela, casi nadie se interesa por la problemática del cuento. Vivir como cuentista en un país donde esta forma expresiva es un producto casi exótico, obliga forzosamente a buscar en otras literaturas el alimento que allí falta. Poco a poco, en sus textos originales o mediante traducciones, uno va acumulando casi rencorosamente una enorme cantidad de cuentos del pasado y del presente, y llega el día en que puede hacer un balance, intentar una aproximación valorativa a ese género de tan difícil definición, tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario.

Pero además de ese alto en el camino que todo escritor debe hacer en algún momento de su labor, hablar del cuento tiene un interés especial para nosotros, puesto que casi todos los países americanos de lengua española le están dando al cuento una importancia excepcional, que jamás había tenido en otros países latinos como Francia o España. Entre nosotros, como es natural en las literaturas jóvenes, la creación espontánea precede casi siempre al examen crítico, y está bien que así sea. Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco incasillable; en segundo lugar los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquellos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades.

En América, tanto en Cuba como en México o Chile o Argentina, una gran cantidad de cuentistas trabaja desde comienzos de siglo, sin conocerse entre sí, descubriéndose a veces de manera casi póstuma. Frente a ese panorama sin coherencia suficiente, en el que pocos conocen a fondo la labor de los demás, creo que es útil hablar del cuento por encima de las particularidades nacionales e internacionales, porque es un género que entre nosotros tiene una importancia y una vitalidad que crecen de día en día. Alguna vez se harán las antologías definitivas -como las hacen los países anglosajones, por ejemplo- y se sabrá hasta dónde hemos sido capaces de llegar. Por el momento no me parece inútil hablar del cuento en abstracto, como género literario. Si nos hacemos una idea convincente de esa forma de expresión literaria, ella podrá contribuir a establecer una escala de valores para esa antología ideal que está por hacerse. Hay demasiada confusión, demasiados malentendidos en este terreno. Mientras los cuentistas siguen adelante su tarea, ya es tiempo de hablar de esa tarea en sí misma, al margen de las personas y de las nacionalidades. Es preciso llegar a tener una idea viva de lo que es el cuento, y eso es siempre difícil en la medida en que las ideas tienden a lo abstracto, a desvitalizar su contenido, mientras que a su vez la vida rechaza angustiada ese lazo que quiere echarle la conceptualización para fijarla y categorizarla. Pero si no tenemos una idea viva de lo que es el cuento habremos perdido el tiempo, porque un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia. Sólo con imágenes se puede trasmitir esa alquimia secreta que explica la profunda resonancia que un gran cuento tiene entre nosotros, y que explica también por qué hay muchos cuentos verdaderamente grandes.

Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparar con la novela, género mucho más popular y sobre el cual abundan las preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de la lectura, sin otro límite que el agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede las veinte páginas, toma ya el nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela propiamente dicha. En ese sentido, la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que una película es en principio un "orden abierto", novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría hacerlo un cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brasai definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el "clímax" de la obra, en una fotografía o en un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos, sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucha más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran, y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condenados, sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar esa "apertura" a que me refería antes. Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.

Decíamos que el cuentista trabaja con un material que calificamos de significativo. El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico, como ocurre en tantos admirables relatos de una Katherine Mansfield o un Sherwood Anderson, se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico. Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta. Pienso, por ejemplo, en el tema de la mayoría de los admirables relatos de Antón Chejov. ¿Qué hay allí que no sea tristemente cotidiano, mediocre, muchas veces conformista o inútilmente rebelde? Lo que se cuenta en esos relatos es casi lo que de niños, en las aburridas tertulias que debíamos compartir con los mayores, escuchábamos contar a los abuelos o a las tías; la pequeña, insignificante crónica familiar de ambiciones frustradas, de modestos dramas locales, de angustias a la medida de una sala, de un piano, de un té con dulces. Y, sin embargo, los cuentos de Katherine Mansfield, de Chéjov, son significativos, algo estalla en ellos mientras los leemos y nos proponen una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada.

Ustedes se han dado ya cuenta de que esa significación misteriosa no reside solamente en el tema del cuento, porque en verdad la mayoría de los malos cuentos que todos hemos leído contienen episodios similares a los que tratan los autores nombrados. La idea de significación no puede tener sentido si no la relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el deslinde entre el buen y el mal cuentista. Por eso habremos de detenernos con todo el cuidado posible en esta encrucijada, para tratar de entender un poco más esa extraña forma de vida que es un cuento logrado, y ver por qué está vivo mientras otros, que aparentemente se le parecen, no son más que tinta sobre papel, alimento para el olvido.

Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o en menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no es tan sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi consciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero eso, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial, y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema?

A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba de ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotan virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía consciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y hermosos? Muchas veces me he preguntado cuál es la virtud de ciertos cuentos inolvidables. En el momento los leímos junto con muchos otros, que incluso podían ser de los mismos autores. Y he aquí que los años han pasado, y hemos vivido y olvidado tanto. Pero esos pequeños, insignificantes cuentos, esos granos de arena en el inmenso mar de la literatura, siguen ahí, latiendo en nosotros. ¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad de Truman Capote; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; Cincuenta de los grandes, de Hemingway; Los soñadores, de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir... Ya habrán advertido ustedes que no todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. ¿Por qué perduran en la memoria? Piensen en los cuentos que no han podido olvidar y verán que todos ellos tienen la misma característica: son aglutinantes de una realidad infinitamente más vasta que la de su mera anécdota, y por eso han influido en nosotros con una fuerza que no haría sospechar la modestia de su contenido aparente, la brevedad de su texto. Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.

Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores. Por eso, cuando decimos que un tema es significativo, como en el caso de los cuentos de Chejov, esa significación se ve determinada en cierta medida por algo que está fuera del tema en sí, por algo que está antes y después del tema. Lo que está antes es el escritor, con su carga de valores humanos y literarios, con su voluntad de hacer una obra que tenga un sentido; lo que está después es el tratamiento literario del tema, la forma en que el cuentista, frente a su tema, lo ataca y sitúa verbal y estilísticamente, lo estructura en forma de cuento, y lo proyecta en último término hacia algo que excede el cuento mismo. Aquí me parece oportuno mencionar un hecho que me ocurre con frecuencia, y que otros cuentistas amigos conocen tan bien como yo. Es habitual que en el curso de una conversación, alguien cuente un episodio divertido o conmovedor o extraño, y que dirigiéndose luego al cuentista presente le diga: "Ahí tienes un tema formidable para un cuento; te lo regalo." A mí me han reglado en esa forma montones de temas, y siempre he contestado amablemente: "Muchas gracias", y jamás he escrito un cuento con ninguno de ellos. Sin embargo, cierta vez una amiga me contó distraídamente las aventuras de una criada suya en París. Mientras escuchaba su relato, sentí que eso podía llegar a ser un cuento. Para ella esos episodios no eran más que anécdotas curiosas; para mí, bruscamente, se cargaban de un sentido que iba mucho más allá de su simple y hasta vulgar contenido. Por eso, toda vez que me he preguntado: ¿Cómo distinguir entre un tema insignificante, por más divertido o emocionante que pueda ser, y otro significativo?, he respondido que el escritor es el primero en sufrir ese efecto indefinible pero avasallador de ciertos temas, y que precisamente por eso es un escritor. Así como para Marcel Proust el sabor de una magdalena mojada en el té abría bruscamente un inmenso abanico de recuerdos aparentemente olvidados, de manera análoga el escritor reacciona ante ciertos temas en la misma forma en que su cuento, más tarde, hará reaccionar al lector. Todo cuento está así predeterminado por el aura, por la fascinación irresistible que el tema crea en su creador.

Llegamos así al fin de esta primera etapa del nacimiento de un cuento, y tocamos el umbral de su creación propiamente dicha. He aquí al cuentista, que ha escogido un tema valiéndose de esas sutiles antenas que le permiten reconocer los elementos que luego habrán de convertirse en obra de arte. El cuentista está frente a su tema, frente a ese embrión que ya es vida, pero que no ha adquirido todavía su forma definitiva. Para él ese tema tiene sentido, tiene significación. Pero si todo se redujera a eso, de poco serviría; ahora, como último término del proceso, como juez implacable, está esperando al lector, el eslabón final del proceso creador, el cumplimiento o fracaso del ciclo. Y es entonces que el cuento tiene que nacer puente, tiene que nacer pasaje, tiene que dar el salto que proyecte la significación inicial, descubierta por el autor, a ese extremo más pasivo y menos vigilante y muchas veces hasta indiferente que se llama lector. Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les basta escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquel que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que todos los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en la literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con sus circunstancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial. Lo que llamo intensidad en un cuento consiste en la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige. Ninguno de ustedes habrá olvidado El barril de amontillado, de Edgar A. Poe. Lo extraordinario de este cuento es la brusca prescindencia de toda descripción de ambiente. A la tercera o cuarta frase estamos en el corazón del drama, asistiendo al cumplimiento implacable de una venganza. Los asesinos, de Hemingway, es otro ejemplo de intensidad obtenida mediante la eliminación de todo lo que no converja esencialmente al drama. Pero pensemos ahora en los cuentos de Joseph Conrad, de D. H. Lawrence, de Kafka. En ellos, con modalidades típicas de cada uno, la intensidad es de otro orden, y yo prefiero darle el nombre de tensión. Es una intensidad que se ejerce en la manera con que el autor nos va acercando lentamente a lo contado. Todavía estamos muy lejos de saber lo que va a ocurrir en el cuento, y sin embargo no podemos sustraernos a su atmósfera. En el caso de El barril de amontillado y de Los asesinos, los hechos despojados de toda preparación saltan sobre nosotros y nos atrapan; en cambio, en un relato demorado y caudaloso de Henry James -La lección del maestro, por ejemplo- se siente de inmediato que los hechos en sí carecen de importancia, que todo está en las fuerzas que los desencadenaron, en la malla sutil que los precedió y los acompaña. Pero tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor, y es aquí donde nos vamos acercando al final de este paseo por el cuento.

En mi país, y ahora en Cuba, he podido leer cuentos de los autores más variados: maduros o jóvenes, de la ciudad o del campo, entregados a la literatura por razones estéticas o por imperativos sociales del momento, comprometidos o no comprometidos. Pues bien, y aunque suene a perogrullada, tanto en la Argentina como aquí los buenos cuentos los están escribiendo quienes dominen el oficio en el sentido ya indicado. Un ejemplo argentino aclarará mejor esto. En nuestras provincias centrales y norteñas existe una larga tradición de cuentos orales, que los gauchos se transmiten de noche en torno al fogón, que los padres siguen contando a sus hijos, y que de golpe pasan por la pluma de un escritor regionalista y, en una abrumadora mayoría de casos, se convierten en pésimos cuentos. ¿Qué ha sucedido? Los relatos en sí son sabrosos, traducen y resumen la experiencia, el sentido del humor y el fatalismo del hombre de campo; algunos incluso se elevan a la dimensión trágica o poética. Cuando uno los escucha de boca de un viejo criollo, entre mate y mate, siente como una anulación del tiempo, y piensa que también los aedos griegos contaban así las hazañas de Aquiles para maravilla de pastores y viajeros. Pero en ese momento, cuando debería surgir un Homero que hiciese una Iliada o una Odisea de esa suma de tradiciones orales, en mi país surge un señor para quien la cultura de las ciudades es un signo de decadencia, para quien los cuentistas que todos amamos son estetas que escribieron para el mero deleite de clases sociales liquidadas, y ese señor entiende en cambio que para escribir un cuento lo único que hace falta es poner por escrito un relato tradicional, conservando todo lo posible el tono hablado, los giros campesinos, las incorrecciones gramaticales, eso que llaman el color local. No sé si esa manera de escribir cuentos populares se cultiva en Cuba; ojalá que no...