sábado, 29 de octubre de 2011
Pió Baroja: El Árbol de La Ciencia y La Sima(A propósito de Los Detectives Salvajes)
Pió Baroja: El Árbol de La Ciencia y La Sima.
(A propósito de Los Detectives Salvajes)En el divagar casi onírico de Los Detectives Salvajes hay una mención al cuento La Sima de Pío Baroja.
Xosé Lendoiro (uno de los tantos narradores que tiene el libro) menciona un supuesto evento que le ha ocurrido en el cual tiene que rescatar a un chico que hay caído en un grieta “profunda e insondable” llamada La boca del diablo. En realidad no es otra cosa que una recreación a manera de juego del “macabro” relato del escritor Vasco (Pío Baroja) donde se muestra la superstición popular y su enorme influencia-control sobre las personas. El espíritu chocarrero de Bolaño y sus menciones a autores contemporáneos y clásicos puede, por inercia o simple curiosidad, desencadenar la lectura de otros libros que de algún modo en su momento pueden haber “ayudado” al autor chileno a ser el gran escritor que hoy recordamos.
Desde la pagina 429 hasta la 442 de Los Detectives Salvajes (En Edición Compactos Anagrama), Bolaño no deja de citar La Sima y a Pío Baroja. Asimismo lo cita en su meganovela 2666(tengo ya una teoría de porque Bolaño escogió eso nombre). Esas citas no son gratuitas.
Es a raíz de este relato (la Sima) que me involucro con la novela El Árbol de La Ciencia de Pío Baroja, escritor de la Generación del 98. Se le critica a Baroja “acusándolo” de ser un narrador de estructura lineal, espontaneo, ininterrumpido y hasta de tener incorrecciones gramaticales. Sin embargo por otro lado resaltan una intensidad en diálogos, narraciones, y digresiones que levantan esta novela y la separan de muchas hasta convertirla en una obra importante y al autor en uno de los grandes de su época.
Su experiencia como doctor de profesión, su cuestionamiento de la realidad, la existencia, y su pensamiento pesimista (fue un ávido lector de Schopenhauer) se ven reflejadas magistralmente en El Árbol de La Ciencia.
Cualquier lector voluntarioso en leer una novela con matices filosóficos a lo Sartre, Unamuno, o Sábato, sin duda no se decepcionará con la pluma de Baroja. Su narrativa es asimismo por ratos entretenida y burlesca, algo que Bolaño explota muy bien incluso en momento tan oscuros como los asesinatos y/o muertes que ocurren en 2666 al igual que en Los Detectives…
Reproduzco aquí un breve comentario de Alianza Editorial Madrid de la contraportada del libro El Árbol De La Ciencia. La copia que tengo es usada y sus páginas amenazan deshojarse. Así la adquirí en Lima. Leo con nostalgia que le perteneció en el 73’ a un madrileño llamado Lolin Pery. Imagino este libro estará conmigo muchos años, por si llegase a perderlo o morirme he escrito mi nombre en él. Lo mágico de un libro impreso es que no muere tan rápidamente y puede perdurar e ir a otra mano cálida aunque nosotros ya no estemos.
EL ARBOL DE LA CIENCIA
El equilibrio entre capacidad inventiva y fidelidad a la realidad y las experiencias personales proporciona un carácter inimitable al mundo de ficción de PIO BAROJA (1857-1956) y otorga a sus novelas un primerísimo lugar en la literatura de nuestro siglo. EL ARBOL DE LA CIENCIA, publicada en 1911, figura entre sus obras más hondas, permanentes y valiosas.
La personalísima técnica narrativa del gran escritor Vasco—el gusto por la sucesión ininterrumpida de acontecimientos, a la abundancia de personajes secundarios, la hábil articulación de situaciones críticas, el impresionismo descriptivo, el rápido trazo de caracteres—alcanza en esta novela una eficacia ejemplar.
La irreconciliable contraposición entre el “árbol de la vida” y “el árbol de la ciencia del bien y el mal” informa el clima entero de la historia y explica su trágico desenlace.
El protagonista, Andrés Hurtado, estudiante primero en Madrid y luego médico en zonas rurales y en la propia capital conlleva el pesar de la existencia—“ la vida en general y, sobretodo, la suya le parecía una cosa fea, turbia, dolorosa e indomable”—hasta la definitiva perdida de la esperanza, haciéndose en muchas ocasiones, portavoz de la visión del mundo y de los hombres—una concepción desilusionada del orden de las cosas que no implica, sin embargo , renuncia a la vida ni tampoco resignación ante el destino del propio Baroja.
ALIANZA EDITORIAL MADRID.
(NOTA DEL BLOGGER. A los que desean leer el cuento la Sima, tengo la versión en formato Word y puede contactarme yendo a mi perfil)
Hemil S. García Linares. Instructor de español en la universidad George Mason.Ex editor de la revista Hispanic Cultural Review. Ha publicado su obra en América y Europa.
Libros: “Cuentos del norte, historias del sur”, " Sesenta sesenta días para abandonar eL país” auspiciado por la Embajada de España en Washington DC, "Raíces latinas" , "Exiliados", "Exiliados", "Mirando al Sur", "El azul del Mediterráneo, un viaje ancestral", "Proyecto Usher, un homenaje a Edgar Allan Poe", "Proyecto Cthulhu" y "Expedientes Morgue".
Es director del Festival del libro hispano de Virginia, del taller de narrativa de Virginia.
Dirige talleres de cuento y novela en Estados Unidos, México y Perú en:
Taller de narrativa de Virginia,
Centro de Posgrado y Estudio Sor Juana
Taller de Escritura Creativa de Lima
martes, 25 de octubre de 2011
LOS OLVIDADOS DE JESUS R. GUERRERO. PROOLOGO DE JOSE REVUELTAS
Mi “descubrimiento” sobre Los Olvidados del maestro Jesús R Guerrero ocurre a través de un artículo que leí en el diario El País de España. Ver enlace:
http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/olvidado/Bunuel/elpepirdv/20100814elpepirdv_2/Tes
A partir de este artículo empecé en el 2010 una búsqueda de artículos sobre Guerrero y dónde adquirirlo e incluso escribí sobre el supuesto plagio:
http://hemilgarcia.blogspot.com/2010/08/luis-bunuel-plagio-al-escritor-mexicano.html
Para lo que no saben del caso: se comenta que el cineasta Buñuel habría plagiado al autor México pues ambas (la novela y el libro) tienen coincidencias en cuanto a trama: el dolor de México, la pobreza y la dura vida de los niños de la calle.
A raíz de mi post sobre Los olvidados esto me escribió el catedrático y escritor Víctor Fuentes que ayudó a establecer diferencias entre película y obra (fechas distintas, lugares distintos, vida urbana versus vida rural, estilo.) Asimismo a partir de un primer email, el profesor Fuentes ha sido un libro abierto para estés servidor.
Igual pese a enterarme un poco más de Jesús R. Guerrero estuve hasta el 2011 sin poder obtener el libro: escribí a España, a México, al Instituto Politécnico, periódicos mexicanos y alguno escritor. Mis resultados fueron desafortudamente negativos.
Un poeta de México de nombre H. Canales gentilmente me fotocopió el libro y lo mandó a Estados Unidos.
Meses después me contacta Lulú desde Francia y me dice que es familiar del fallecido escritor.
Así gracias a ella logro contactarme con Morelia Guerrero, la hija del autor. Actualmente Morelia y yo nos escribimos por carta (como se estilaba gratamente en mis 80’s y 90’s) y hemos empezado un bella amistad teniendo como punto de partida la literatura. Describir la gentileza y calidez de Morelia en post no alcanzaría.
Jesús R. Guerrero y su obra deberían figurar entre los textos de lectura obligatoria en las escuelas y universidades de México pues refleja la realidad de la época- la realidad del personaje principal Martin Gay- y la muestra de manera realista, intensa y sin agravio.
He disfrutado el libro de Guerrero y en algún momento me gustaría comentarlo pues ha sido una fuente inspiradora. De momento considero más apreciable “postear” la espléndida e intensa reseña que el maestro José Revueltas hizo sobre el libro Los Olvidados, escrito por su amigo Jesús R. Guerrero. Aquí la reseña:
A Propósito de Jesús R. Guerrero
Por José Revueltas
El autor de la presente novela [Los Olvidados], que ya con anterioridad había publicado El Diputado Taffoyat y Oro Blanco, es un escritor áspero, como lleno de espinas, y a veces un escritor de una monstruosa sencillez. No escribe “bien” y está muy distante de eso que se llama una persona que “escribe bien”. Pero es un escritor; quiero decir, un hombre que si no escribe bien, expresa bien. Ahí, creo, radica su poder y su fuerza, como ahí radican el poder y la fuerza de todos los que son verdaderos escritores. Las rudas páginas de Jesús R. Guerrero, sus hermosas páginas de piedra, laten y respiran una expresión fidedigna, directa y pura. No hay ninguna retórica que pueda empañarlas, no hay ninguna simulación, ninguna “novela como nube”, sino la mano brutal y varonil tras la cual vibra, primigenio, casi como anterior al hombre, el sollozo, que ahora es un largo, quedo, inmóvil sollozo mexicano.
El poder secreto y misterioso de Jesús R. Guerrero no radica en la estructura convencional de la prosa o en la estructura no menos convencional de la novela; radica en el oído del alma, en el tacto del corazón en los ojos oscuros y patéticos de las entrañas. El siente y mira con otros órganos terrenales que no los nuestros: órganos subterráneos del asombro, geológicos, que nos van diciendo una palabra que sale del fondo, que sale de las paredes interiores del pueblo. Parece como un cactus que hablara, con sus espinas en la superficie, hirientes, y las raíces metidas en la espesa profundidad, ahí donde todo es tierra y roca y silencio y lágrimas. Consterna su voz de tan espantosamente sencilla. Consterna el hecho de que, en ocasiones, “no se nota” lo terrible que ocurre en sus novelas. No se nota de tan terrible, pero a la vez de tan real, de tan simplemente planteado. Este mérito extraño de no recargar los colores dramáticos, sino dejarlos expresarse por sí mismos, por su propia fuerza, es una de las más altas cualidades literarias de Jesús R. Guerrero. A Guerrero no le importan los efectos –o mejor, los efectismos--, y prefiere que por debajo de su voz, por debajo de sus palabras, por debajo de sus personajes, transcurra, como un río sordo y oculto, el dolor de los hombres, atónito, atónito hasta la muerte.
Como México. México atónito: México con los ojos abiertos de estupor, sin palabras para dar cuenta de su sufrimiento, víctima asombrosa, pisoteado, escarnecido, pero interiormente dueño de una fuerza cósmica, dura como la piedra y eterna como el vuelo de los astros. Un México que es el de Jesús Guerrero y que es, también, el México en el cual nos reconocemos, encontrando, al fin, la sustentación definitiva. Así se sustenta Jesús Guerrero sobre la tierra de México, sobre su pueblo. Y así ha entendido el mito de la peña de donde Moisés extrajo el agua para su tribu y toca ahora esa otra peña entrañable y bárbara de la patria.
Toca Jesús Guerrero a la patria para extraer al pueblo de ella convertido en un río poderoso y oscuro. Pueblo escueto, elemental, desesperante, el de las novelas de Jesús R. Guerrero. Pero pueblo cierto, no falsificado, no folklórico. En Los Olvidados, ese pueblo es una sombra trazada a grandes brochazos rudos; grandes y conmovedores brochazos animales, porque, a su vez, Jesús Guerrero es un animal pausado y generoso, lleno de luz por dentro, lleno de zumo agrio y caritativo, como el de los nopales o los magueyes. El pueblo, la masa terrible, huérfana, de Los Olvidados parece no ver: únicamente camina, únicamente oye y camina tras de su destino informulado. No es el pueblo que cantan los poetas al servicio de los políticos: nada más es un pueblo espantoso, ciego, que camina dando tumbos y que pide pan con los ojos sin lágrimas y el corazón lóbrego latiéndole como el remo turbio que condujese una nave, también ella desesperanzada y rota.
Ante ese pueblo se suceden los generales y los redentores, los verdaderos y los falsos, y el pueblo aplaude a unos y a otros, porque lo que él quiere y anhela está más adentro, más oscuramente adentro y más desconocido, y nadie lo ha dicho todavía. Jesús R. Guerrero tampoco lo dice en ninguna de sus novelas; en Los Olvidados menos que en otras. Porque Jesús R. Guerrero, como buen escritor realista, no se propone deformar los hechos para ponerlos al servicio de una tesis. Jesús R. Guerrero se coloca ante la vida –es decir, ante la materia novelística--, como un escucha apasionado, atento, pero fiel. Y su fidelidad es tan honda que parece como si estuviera él mismo abriéndose la carne de par en par. Esta fidelidad no es nada común entre los escritores y menos entre los escritores llamados “de la Revolución”. Los escritores de la Revolución siempre tratan de decir algo por su cuenta, sin que la auténtica y calladísima voz del pueblo llegue hasta ellos. Inventan al pueblo y hasta llegan a inventarse sus propias ideas y ni siquiera con fines artísticos, sino a veces con fines puramente ministeriales o de reaccionarismo político, como en el caso de don Mariano Azuela. Porque es difícil recrear la realidad subordinando esa recreación a los dictados mismos de la propia realidad. Lo más sencillo es la invención pura: la invención del indio, la invención de la tierra, la invención de la política, la invención revolucionaria, como han hecho hasta ahora los novelistas mexicanos contemporáneos. Pero nada más lejos del indio real, de la tierra real, de la política real, de la Revolución real, que esas invenciones amañadas y perezosas.
Los clásicos españoles usaban un término lleno de perfección para definir la labor de un novelista: se valían de la palabra “componer”: componer una novela. ¿Y qué otra cosa es la novela que una composición de los elementos que hay en la vida, en la realidad? ¿Qué otra cosa que el arreglo de los elementos vivos, dispersos en el paisaje contradictorio, abigarrado, difícil, de la realidad? Mas componer la realidad no es suplirla con las buenas o malas intenciones privadas del escritor: es elevarla a una categoría artística, pero fiel al mecanismo, a la mecánica autónoma de la realidad.
Jesús R. Guerrero da la impresión de esos indígenas que a la orilla del camino están sentados, envueltos en su fantástico sarape. Esos indígenas están mirando la realidad con sus ojos lejanos, pero a la vez son indígenas reales y vivientes. Son espectadores pero, simultáneamente, tienen una calidad de acción extraordinaria; viven el mundo real aunque en ocasiones nada más lo sospechen, y ese mundo real los hiere, toca el fondo secreto de su corazón. Jesús R. Guerrero está envuelto en su propio sarape amoroso, en ese sarape de despejada ternura que es su amor por las cosas, por los hombres, por la vida de los hombres, por el sufrimiento de los hombres. Sí, ama el sufrimiento de los hombres tanto como ama su propio sufrimiento, y, desde esa atalaya de amor se nutre como una yedra en torno de la vida.
Se explican así los personajes de esta novela, seres que son, ante todo, los olvidados de sí mismos y que animan vagamente, al influjo de esa fuerza ignorada que es la propia fuerza de la patria sorda, de la terrible patria, nómada a través de su destino: Y Guerrero ama eso, tierno y desesperado, porque comprende que, así haya en lo del sufrimiento la más honda indiferencia y el más grande fatalismo, ningún dolor carece de fecundidad.
En Los Olvidados, como en el hueco de un caracol, escúchase el batir de un intenso mar humano, de un mar sombrío, luminoso, acre, puro y terrible, pero siempre mar vivo, mar humano, mar del pueblo.
Mejor que en El Diputado Taffoyat o en Oro Blanco, Guerrero logra en Los Olvidados una más fidedigna fuerza humana. Los problemas del hombre, el amor, el sexo, el destino, cobran, en la novela de Jesús Guerrero, una cruda dimensión, áspera y brutal, pero certera, exacta. Sus protagonistas están desnudos del alma y de esta manera se convierten, merced al bárbaro recurso, en seres donde puede uno contemplar el pozo infinito del hombre, sus abismos. Martín Gay, con sus nociones elementales y su salvaje, primitivo amor a la vida; la cirquera Copo de Nieve, generosa y cínica; la hermana Matilde… Todo un mundo monstruosamente verdadero en el que palpita, antiguo e indescifrable, el hondo misterio del espíritu.
http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/olvidado/Bunuel/elpepirdv/20100814elpepirdv_2/Tes
A partir de este artículo empecé en el 2010 una búsqueda de artículos sobre Guerrero y dónde adquirirlo e incluso escribí sobre el supuesto plagio:
http://hemilgarcia.blogspot.com/2010/08/luis-bunuel-plagio-al-escritor-mexicano.html
Para lo que no saben del caso: se comenta que el cineasta Buñuel habría plagiado al autor México pues ambas (la novela y el libro) tienen coincidencias en cuanto a trama: el dolor de México, la pobreza y la dura vida de los niños de la calle.
A raíz de mi post sobre Los olvidados esto me escribió el catedrático y escritor Víctor Fuentes que ayudó a establecer diferencias entre película y obra (fechas distintas, lugares distintos, vida urbana versus vida rural, estilo.) Asimismo a partir de un primer email, el profesor Fuentes ha sido un libro abierto para estés servidor.
Igual pese a enterarme un poco más de Jesús R. Guerrero estuve hasta el 2011 sin poder obtener el libro: escribí a España, a México, al Instituto Politécnico, periódicos mexicanos y alguno escritor. Mis resultados fueron desafortudamente negativos.
Un poeta de México de nombre H. Canales gentilmente me fotocopió el libro y lo mandó a Estados Unidos.
Meses después me contacta Lulú desde Francia y me dice que es familiar del fallecido escritor.
Así gracias a ella logro contactarme con Morelia Guerrero, la hija del autor. Actualmente Morelia y yo nos escribimos por carta (como se estilaba gratamente en mis 80’s y 90’s) y hemos empezado un bella amistad teniendo como punto de partida la literatura. Describir la gentileza y calidez de Morelia en post no alcanzaría.
Jesús R. Guerrero y su obra deberían figurar entre los textos de lectura obligatoria en las escuelas y universidades de México pues refleja la realidad de la época- la realidad del personaje principal Martin Gay- y la muestra de manera realista, intensa y sin agravio.
He disfrutado el libro de Guerrero y en algún momento me gustaría comentarlo pues ha sido una fuente inspiradora. De momento considero más apreciable “postear” la espléndida e intensa reseña que el maestro José Revueltas hizo sobre el libro Los Olvidados, escrito por su amigo Jesús R. Guerrero. Aquí la reseña:
A Propósito de Jesús R. Guerrero
Por José Revueltas
El autor de la presente novela [Los Olvidados], que ya con anterioridad había publicado El Diputado Taffoyat y Oro Blanco, es un escritor áspero, como lleno de espinas, y a veces un escritor de una monstruosa sencillez. No escribe “bien” y está muy distante de eso que se llama una persona que “escribe bien”. Pero es un escritor; quiero decir, un hombre que si no escribe bien, expresa bien. Ahí, creo, radica su poder y su fuerza, como ahí radican el poder y la fuerza de todos los que son verdaderos escritores. Las rudas páginas de Jesús R. Guerrero, sus hermosas páginas de piedra, laten y respiran una expresión fidedigna, directa y pura. No hay ninguna retórica que pueda empañarlas, no hay ninguna simulación, ninguna “novela como nube”, sino la mano brutal y varonil tras la cual vibra, primigenio, casi como anterior al hombre, el sollozo, que ahora es un largo, quedo, inmóvil sollozo mexicano.
El poder secreto y misterioso de Jesús R. Guerrero no radica en la estructura convencional de la prosa o en la estructura no menos convencional de la novela; radica en el oído del alma, en el tacto del corazón en los ojos oscuros y patéticos de las entrañas. El siente y mira con otros órganos terrenales que no los nuestros: órganos subterráneos del asombro, geológicos, que nos van diciendo una palabra que sale del fondo, que sale de las paredes interiores del pueblo. Parece como un cactus que hablara, con sus espinas en la superficie, hirientes, y las raíces metidas en la espesa profundidad, ahí donde todo es tierra y roca y silencio y lágrimas. Consterna su voz de tan espantosamente sencilla. Consterna el hecho de que, en ocasiones, “no se nota” lo terrible que ocurre en sus novelas. No se nota de tan terrible, pero a la vez de tan real, de tan simplemente planteado. Este mérito extraño de no recargar los colores dramáticos, sino dejarlos expresarse por sí mismos, por su propia fuerza, es una de las más altas cualidades literarias de Jesús R. Guerrero. A Guerrero no le importan los efectos –o mejor, los efectismos--, y prefiere que por debajo de su voz, por debajo de sus palabras, por debajo de sus personajes, transcurra, como un río sordo y oculto, el dolor de los hombres, atónito, atónito hasta la muerte.
Como México. México atónito: México con los ojos abiertos de estupor, sin palabras para dar cuenta de su sufrimiento, víctima asombrosa, pisoteado, escarnecido, pero interiormente dueño de una fuerza cósmica, dura como la piedra y eterna como el vuelo de los astros. Un México que es el de Jesús Guerrero y que es, también, el México en el cual nos reconocemos, encontrando, al fin, la sustentación definitiva. Así se sustenta Jesús Guerrero sobre la tierra de México, sobre su pueblo. Y así ha entendido el mito de la peña de donde Moisés extrajo el agua para su tribu y toca ahora esa otra peña entrañable y bárbara de la patria.
Toca Jesús Guerrero a la patria para extraer al pueblo de ella convertido en un río poderoso y oscuro. Pueblo escueto, elemental, desesperante, el de las novelas de Jesús R. Guerrero. Pero pueblo cierto, no falsificado, no folklórico. En Los Olvidados, ese pueblo es una sombra trazada a grandes brochazos rudos; grandes y conmovedores brochazos animales, porque, a su vez, Jesús Guerrero es un animal pausado y generoso, lleno de luz por dentro, lleno de zumo agrio y caritativo, como el de los nopales o los magueyes. El pueblo, la masa terrible, huérfana, de Los Olvidados parece no ver: únicamente camina, únicamente oye y camina tras de su destino informulado. No es el pueblo que cantan los poetas al servicio de los políticos: nada más es un pueblo espantoso, ciego, que camina dando tumbos y que pide pan con los ojos sin lágrimas y el corazón lóbrego latiéndole como el remo turbio que condujese una nave, también ella desesperanzada y rota.
Ante ese pueblo se suceden los generales y los redentores, los verdaderos y los falsos, y el pueblo aplaude a unos y a otros, porque lo que él quiere y anhela está más adentro, más oscuramente adentro y más desconocido, y nadie lo ha dicho todavía. Jesús R. Guerrero tampoco lo dice en ninguna de sus novelas; en Los Olvidados menos que en otras. Porque Jesús R. Guerrero, como buen escritor realista, no se propone deformar los hechos para ponerlos al servicio de una tesis. Jesús R. Guerrero se coloca ante la vida –es decir, ante la materia novelística--, como un escucha apasionado, atento, pero fiel. Y su fidelidad es tan honda que parece como si estuviera él mismo abriéndose la carne de par en par. Esta fidelidad no es nada común entre los escritores y menos entre los escritores llamados “de la Revolución”. Los escritores de la Revolución siempre tratan de decir algo por su cuenta, sin que la auténtica y calladísima voz del pueblo llegue hasta ellos. Inventan al pueblo y hasta llegan a inventarse sus propias ideas y ni siquiera con fines artísticos, sino a veces con fines puramente ministeriales o de reaccionarismo político, como en el caso de don Mariano Azuela. Porque es difícil recrear la realidad subordinando esa recreación a los dictados mismos de la propia realidad. Lo más sencillo es la invención pura: la invención del indio, la invención de la tierra, la invención de la política, la invención revolucionaria, como han hecho hasta ahora los novelistas mexicanos contemporáneos. Pero nada más lejos del indio real, de la tierra real, de la política real, de la Revolución real, que esas invenciones amañadas y perezosas.
Los clásicos españoles usaban un término lleno de perfección para definir la labor de un novelista: se valían de la palabra “componer”: componer una novela. ¿Y qué otra cosa es la novela que una composición de los elementos que hay en la vida, en la realidad? ¿Qué otra cosa que el arreglo de los elementos vivos, dispersos en el paisaje contradictorio, abigarrado, difícil, de la realidad? Mas componer la realidad no es suplirla con las buenas o malas intenciones privadas del escritor: es elevarla a una categoría artística, pero fiel al mecanismo, a la mecánica autónoma de la realidad.
Jesús R. Guerrero da la impresión de esos indígenas que a la orilla del camino están sentados, envueltos en su fantástico sarape. Esos indígenas están mirando la realidad con sus ojos lejanos, pero a la vez son indígenas reales y vivientes. Son espectadores pero, simultáneamente, tienen una calidad de acción extraordinaria; viven el mundo real aunque en ocasiones nada más lo sospechen, y ese mundo real los hiere, toca el fondo secreto de su corazón. Jesús R. Guerrero está envuelto en su propio sarape amoroso, en ese sarape de despejada ternura que es su amor por las cosas, por los hombres, por la vida de los hombres, por el sufrimiento de los hombres. Sí, ama el sufrimiento de los hombres tanto como ama su propio sufrimiento, y, desde esa atalaya de amor se nutre como una yedra en torno de la vida.
Se explican así los personajes de esta novela, seres que son, ante todo, los olvidados de sí mismos y que animan vagamente, al influjo de esa fuerza ignorada que es la propia fuerza de la patria sorda, de la terrible patria, nómada a través de su destino: Y Guerrero ama eso, tierno y desesperado, porque comprende que, así haya en lo del sufrimiento la más honda indiferencia y el más grande fatalismo, ningún dolor carece de fecundidad.
En Los Olvidados, como en el hueco de un caracol, escúchase el batir de un intenso mar humano, de un mar sombrío, luminoso, acre, puro y terrible, pero siempre mar vivo, mar humano, mar del pueblo.
Mejor que en El Diputado Taffoyat o en Oro Blanco, Guerrero logra en Los Olvidados una más fidedigna fuerza humana. Los problemas del hombre, el amor, el sexo, el destino, cobran, en la novela de Jesús Guerrero, una cruda dimensión, áspera y brutal, pero certera, exacta. Sus protagonistas están desnudos del alma y de esta manera se convierten, merced al bárbaro recurso, en seres donde puede uno contemplar el pozo infinito del hombre, sus abismos. Martín Gay, con sus nociones elementales y su salvaje, primitivo amor a la vida; la cirquera Copo de Nieve, generosa y cínica; la hermana Matilde… Todo un mundo monstruosamente verdadero en el que palpita, antiguo e indescifrable, el hondo misterio del espíritu.
Hemil S. García Linares. Instructor de español en la universidad George Mason.Ex editor de la revista Hispanic Cultural Review. Ha publicado su obra en América y Europa.
Libros: “Cuentos del norte, historias del sur”, " Sesenta sesenta días para abandonar eL país” auspiciado por la Embajada de España en Washington DC, "Raíces latinas" , "Exiliados", "Exiliados", "Mirando al Sur", "El azul del Mediterráneo, un viaje ancestral", "Proyecto Usher, un homenaje a Edgar Allan Poe", "Proyecto Cthulhu" y "Expedientes Morgue".
Es director del Festival del libro hispano de Virginia, del taller de narrativa de Virginia.
Dirige talleres de cuento y novela en Estados Unidos, México y Perú en:
Taller de narrativa de Virginia,
Centro de Posgrado y Estudio Sor Juana
Taller de Escritura Creativa de Lima
viernes, 14 de octubre de 2011
Charles Bukowski, El Principiante ( Cuento)
No soy un gran admirador de Bukowski pero ello no significa que no aprecie sus textos ni algunas de sus frases que encierran verdades de escritor.
Me he divertido con la película Factótum tanto como con la novela del mismo nombre.
Aquí un texto del malogrado autor que recuerda en algo la novela que menciono. Disfruten el texto de de Heinrich Karl Bukowski, escritor norteamericano nacido en Andernach, Alemania.
El principiante
Cuento
Charles Bukowski
Bien, dejé el lecho de muerte y salí del hospital del condado y conseguí un trabajo como encargado de almacén. Tenía los sábados y los domingos libres y un sábado hablé con Madge:
-Mira, nena, no tengo prisa por volver a ese hospital. Tendría que buscar algo que me apartara de la bebida. Hoy, por ejemplo, ¿qué se puede hacer sino emborracharse? El cine no me gusta. Los zoos son estúpidos. No podemos pasarnos todo el día jodiendo. Es un problema.
-¿Has ido alguna vez a un hipódromo?
-¿Qué es eso?
-Donde corren los caballos. Y tú apuestas.
-¿Hay algún hipódromo abierto hoy?
-Hollywood Park.
-Vamos.
Madge me enseñó el camino. Faltaba una hora para la primera carrera y el aparcamiento estaba casi lleno. Tuvimos que aparcar a casi un kilómetro de la entrada.
-Parece que hay mucha gente -dije.
-Sí, la hay.
-¿Y qué haremos ahí dentro?
-Apostar a un caballo.
-¿A cuál?
-Al que quieras.
-¿Y se puede ganar dinero?
-A veces.
Pagamos la entrada y allí estaban los vendedores de periódicos diciéndonos:
-¡Lea aquí cuáles son sus ganadores! ¿Le gusta el dinero? ¡Nosotros le ayudaremos a que lo gane!
Había una cabina con cuatro personas. Tres de ellas te vendían sus selecciones por cincuenta centavos, la otra por un dólar. Madge me dijo que comprase dos programas y un folleto informativo. El folleto, me dijo, trae el historial de los caballos. Luego me explicó cómo tenía que hacer para apostar.
-¿Sirven aquí cerveza? -pregunté.
-Sí claro. Hay un bar.
Cuando entramos, resultó que los asientos estaban ocupados. Encontramos un banco atrás, donde había como una zona tipo parque, cogimos dos cervezas y abrimos el folleto. Era sólo un montón de números.
-Yo sólo apuesto a los nombres de los caballos -dijo ella.
-Bájate la falda. Están todos viéndote el culo.
-¡Oh! Perdona.
-Toma seis dólares. Será lo que apuestes hoy.
-Oh, Harry, eres todo corazón -dijo ella.
En fin, estudiamos todo detenidamente, quiero decir estudié, y tomamos otra cerveza y luego fuimos por debajo de la tribuna a primera fila de pista. Los caballos salían para la primera carrera. Con aquellos hombrecitos encima vestidos con aquellas camisas de seda tan brillantes. Algunos espectadores chillaban cosas a los jinetes, pero los jinetes les ignoraban. Ignoraban a los aficionados y parecían incluso un poco aburridos.
-Ese es Willie Shoemaker -dijo Madge, señalándome a uno. Willie Shoemaker parecía a punto de bostezar. Yo también estaba aburrido. Había demasiada gente y había algo en la gente que resultaba depresivo.
-Ahora vamos a apostar -dijo ella.
Le dije dónde nos veríamos después y me puse en una de las colas de dos dólares ganador. Todas las colas eran muy largas. Yo tenía la sensación de que la gente no quería apostar. Parecían inertes. Cogí mi boleto justo cuando el anunciador decía: «¡Están en la puerta!».
Encontré a Madge. Era una carrera de kilómetro y medio y nosotros estábamos en la línea de meta.
-Elegí a Colmillo Verde -le dije.
-Yo también -dijo ella.
Tenía la sensación de que ganaríamos. Con un nombre como aquél y la última carrera que había hecho, parecía seguro. Y con siete a uno.
Salieron por la puerta y el anunciador empezó a llamarlos. Cuando llamó a Colmillo Verde, muy tarde, Madge gritó:
-¡COLMILLO VERDE!
Yo no podía ver nada. Había gente por todas partes. Dijeron más nombres y luego Madge empezó a saltar y a gritar:
¡COLMILLO VERDE! ¡COLMILLO VERDE!
Todos gritaban y saltaban. Yo no decía nada. Luego, llegaron los caballos.
-¿Quién ganó? -pregunté.
-No sé -dijo Madge-. Es emocionante, ¿eh?
-Sí.
Luego, pusieron los números. El favorito 7/5 había ganado, un 9/2 quedaba segundo y un 3 tercero.
Rompimos los boletos y volvimos a nuestro banco.
Miramos el folleto para la siguiente carrera.
-Apartémonos de la línea de meta para poder ver algo la próxima vez.
-De acuerdo -dijo Madge.
Tomamos un par de cervezas.
-Todo esto es estúpido -dije-. Esos locos saltando y gritando, cada uno a un caballo distinto. ¿Qué pasó con Colmillo Verde?
-No sé. Tenía un nombre tan bonito.
-Pero los caballos no saben cómo se llaman... El nombre no les hace correr.
-Estás enfadado porque perdiste la carrera. Hay muchas más carreras.
Tenía razón. Las había.
Seguimos perdiendo. A medida que pasaban las carreras, la gente empezaba a parecer muy desgraciada, desesperada incluso. Parecían abrumados, hoscos. Tropezaban contigo, te empujaban, te pisaban y ni siquiera decían «perdón». O «lo siento».
Yo apostaba automáticamente, sólo porque ella estaba allí. Los seis dólares de Madge se acabaron al cabo de tres carreras y no le di más. Me di cuenta de que era muy difícil ganar. Escogieras el caballo que escogieras, ganaba otro. Yo ya no pensaba en las probabilidades.
En la carrera principal aposté por un caballo que se llamaba Claremount III. Había ganado su última carrera fácilmente y tenía un buen tanteo. Esta vez llevé a Madge cerca de la curva final. No tenía grandes esperanzas de ganar. Miré el tablero y Claremount III estaba 25 a uno. Terminé la cerveza y tiré el vaso de papel. Doblaron la curva y el anunciador dijo:
-¡Ahí viene Claremount III!
Y yo dije:
-¡Oh, no!
-¿Apostaste por él? -dijo Madge.
-Sí -dije yo.
Claremount pasó a los tres caballos que iban delante de él, y se distanció en lo que parecían unos seis largos. Completamente solo.
-Dios mío -dije-, lo conseguí.
-¡Oh, Harry! ¡Harry!
-Vamos a tomar un trago -dije.
Encontramos un bar y pedí. Pero esta vez no pedí cerveza. Pedí whisky.
-Apostamos por Claremount III -dijo Madge al del bar.
-¿Sí? -dijo él.
-Sí -dije yo, intentando parecer veterano. Aunque no sabía cómo eran los veteranos del hipódromo.
Me volví y miré el marcador. CLAREMOUNT se pagaba a 52,40.
-Creo que se puede ganar a este juego -le dije a Madge -. Sabes, si ganas una vez no es necesario que ganes todas las carreras. Una buena apuesta, o dos, pueden dejarte cubierto.
-Así es, así es -dijo Madge.
Le di dos dólares y luego abrimos el folleto. Me sentía confiado. Recorrí los caballos. Miré el tablero.
-Aquí está -dije-. LUCKY MAX. Está nueve a uno ahora. El que no apueste por Lucky Max es que está loco. Es sin duda el mejor y está nueve a uno. Esta gente es tonta.
Fuimos a recoger mis 52,40.
Luego fui a apostar por Lucky Max. Sólo por divertirme, hice dos boletos de dos dólares con el ganador.
Fue una carrera de kilómetro y medio, con un final de carga de caballería. Debía haber cinco caballos en el alambre. Esperamos la foto. Lucky Max era el número seis. Indicaron cuál era el primero:
6.
Oh Dios mío todopoderoso. LUCKY MAX.
Madge se puso loca y empezó a abrazarme y besarme y dar saltos.
También ella había apostado por él. Había alcanzado un diez a uno. Se pagaba 22,80 dólares. Le enseñé a Madge el boleto ganador extra. Lanzó un grito. Volvimos al bar. Aún servían. Conseguimos beber dos tragos antes de que cerraran.
-Dejemos que se despejen las colas -dije-. Ya cobraremos luego.
-¿Te gustan los caballos, Harry?
-Se puede -dije-, se puede ganar, no hay duda.
Y allí estábamos, bebidas frescas en la mano, viendo bajar a la multitud por el túnel camino del aparcamiento.
-Por amor de Dios -le dije a Madge-, súbete las medias. Pareces una lavandera.
-¡Uy! ¡Perdona papaíto!
Mientras se inclinaba, la miré y pensé, pronto podré permitirme algo un poquillo mejor que esto.
Jajá.
FIN
Hemil S. García Linares. Instructor de español en la universidad George Mason.Ex editor de la revista Hispanic Cultural Review. Ha publicado su obra en América y Europa.
Libros: “Cuentos del norte, historias del sur”, " Sesenta sesenta días para abandonar eL país” auspiciado por la Embajada de España en Washington DC, "Raíces latinas" , "Exiliados", "Exiliados", "Mirando al Sur", "El azul del Mediterráneo, un viaje ancestral", "Proyecto Usher, un homenaje a Edgar Allan Poe", "Proyecto Cthulhu" y "Expedientes Morgue".
Es director del Festival del libro hispano de Virginia, del taller de narrativa de Virginia.
Dirige talleres de cuento y novela en Estados Unidos, México y Perú en:
Taller de narrativa de Virginia,
Centro de Posgrado y Estudio Sor Juana
Taller de Escritura Creativa de Lima
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