domingo, 27 de septiembre de 2015
reseña de Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes por Miguel Ildefonso
Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes (Vagón Azul Editores) de Hemil García Linares (Perú, 1971) es una antología que reúne a autores hispanoamericanos que radican fuera de sus respectivos países, en lugares donde el idioma es otro, en donde el tema del “otro” se hace más patente y necesario. El responsable de la edición, el escritor y periodista Hemil García Linares, es un inmigrante peruano que vive en Estados Unidos hace varios años. Luego de realizar estudios de periodismo en Lima, se asentó en Virginia y desde allí ha publicado los libros Cuentos del Norte, historias del Sur, Sesenta días para abandonar el país, y ahora este muy interesante libro que recoge a diferentes autores que confluyen en algo trascendente: el de abordar el conflicto que implica asentarse en un país muy distinto del que se provienen. Algunos se remiten a sus orígenes, para así darle sentido a aquella translación. Otros se enfocan al presente para penetrar en la complejidad social al que se enfrentan y tratan de asimilarse.
Hemil García Linares es también un promotor cultural, dirige un programa literario, Panorama Latino, en el canal estatal del condado de Prince William. En 2011 la Wesleyan University le otorgó la beca Joan Jakobson, y además estudia una maestría en español en la Universidad George Mason. Es así que Hemil ha desarrollado desde hace años su carrera literaria en un país que se fundó por la inmigración justamente. Por ello es valioso el aporte que hace con esta publicación para conocer a aquellos escritores y poetas que, lejos de sus países, habitan una misma lengua.
Ellos son: Fernando Olszanski y Luis Alberto Ambroggio (de Argentina); Manuel Cortés Castañeda, Alvaro Romero y José Cardona (de Colombia), Rafael Bordao (Cuba); Jorge Kattán Zablah y Martivón Galindo (de El Salvador); Natalia Gómez y Víctor Fuentes (de España); Rose Mary Salum (México); Hemil García Linares (Perú); Rei Berroa (República Dominicana); y Josefina C. López (Venezuela). Estos catorce autores viven en los Estados Unidos.
Guillermo Camacho (Colombia) radica en Dinamarca. Susana Furphy (México) en Australia. Víctor Montoya (Bolivia) en Suecia.
Este último mencionado, el boliviano, es un caso de exilio. Nació en La Paz en 1958, pero vivió desde su infancia al norte de Potosí donde conoció el drama de los mineros. En 1976, por sus actividades políticas, fue perseguido, torturado y encarcelado. Era la dictadura de Hugo Banzer Suárez. En 1977, gracias a una campaña de Amnistía Internacional, se exilió en Suecia. El cuento que publica en el presente libro, En el país de las maravillas, trata especialmente de su caso.
Cada uno de los antologados apela a la memoria, y alza la mirada hacia el futuro; pues todo desplazamiento implica hacer este puente permanente. Víctor Fuentes, en la contratapa, dice: “Esta Antología va más allá de su atractivo título: se desplaza de las raíces a la errancia, ya que reúne escritores/as del exilio y de la inmigración, desplazados por el mundo, circunstancia histórica de la que han surgido algunas de las más importantes obras literarias del siglo XX y de este que comienza.” A su vez, Natalia Gómez, en el prólogo, luego de citar el Laberinto de la soledad de Octavio paz, escribe haciendo hincapié en la mirada de los otros inmigrantes: “la antología (…) es una respuesta a nuestra soledad; intenta dar voz a esos seres anónimos que a veces somos los emigrados, tanto los que escribimos como los lectores; anhelamos que nuestras voces narrativas y poéticas sean leídas y escuchadas”.
Aquí dos poemas.
Extranjero (Eugenia Muñoz Molano)
Ser extranjero,
extraño,
a la gente diferente.
La gente que
habla, piensa,
lee y escribe
en lengua diferente.
La gente que
enuncia sus palabras
y actúa de manera
diferente.
Ser extranjero.
Sí. Extraño
a la gente
que al mundo
de los Otros
vive indiferente.
Paisajes de Estados Unidos (Luis Alberto Abroggio)
Si cada ladrillo hablara;
si cada puente hablara;
si hablaran los parques, las plantas, las flores;
si cada trozo de pavimento hablara,
hablarían español.
Si las torres, los techos,
los aires acondicionados hablaran;
si hablaran las iglesias, los aeropuertos, las fábricas,
hablarían español.
Si los sudores florecieran con un nombre,
no se llamarían piedras, sino Sánchez,
González, García, Rodríguez, José o Peña.
Pero no pueden hablar.
sin manos, obras, cicatrices,
que por ahora callan;
o acaso ya no.