martes, 16 de julio de 2013
Finalmente he conocido México…
Tengo todavía una deuda pendiente con el DF porque me falta conocer la ciudad, los museos, Teotihuacán, el Metro Balderas y claro echarme una cerveza o un mezcalito en una cervecería como en diría algunas rolitas mexicanas o una historia de Roberto Bolaño o el escritor “Ondero” José Agustín. Nota: tengo ya en mi poder, “Cuál es la Onda”.
Pero he estado en Quintana Roo, en la Ribera Maya y he conocido (hemos) Chichen Itzá, Tulum, Cobá y la muy fascinante cultura maya.
Tuve la suerte de poder aprender algunas frases mayas gracias a la amigable gente que nos recibió en Playa del Carmen.
Más allá de una sensación intensa y grata que atisbo a definir como Déjà vu , el viaje fue acogedor.
Los guías en general hicieron un excelente trabajo para poder retroceder en el tiempo y “ver” a los españoles arribando a las costas de México. Las ruinas arqueológicas de Tulum están literalmente el borde del mar que es hermoso, de un color turquesa, casi como pintado por una mano sabia.
Cuando llegaron a América, los españoles tuvieron un recibimiento muy surrealista:
Fueron atacados por guerreros mayas de baja estatura envueltos en piel de jaguar.
Imagínense el coraje requerido por lo españoles para desembarcar y también la posterior retirada ante la nada cordial bienvenida.
Los mayas debieron sufrieron también el impacto visual de ver guerreros altos y de piel clara, bajando de embarcaciones extrañas.
Todo esto debió ocurrir hacia 1517 cuando se organiza la primera expedición española realizada por Hernández de Córdoba a la Península de Yucatán, desde donde se avista la jurisdicción maya Ekab (hoy llamada Tulum).
Un dato interesante: En un choque entre españoles y mayas fue capturado Gonzalo Guerrero quien luego se luchó por el bando de los mayas, tuvo tres hijos mestizos, quizás los primeros del Nuevo Mundo. Hasta se ha escrito un libro llamado “Gonzalo Guerrero” por el autor Eugenio Aguirre que también escribió: “La gran traición. La guerra donde perdimos la mitad de México”.
Disculpen si extiendo en esto, pero proviniendo de tierra de Incas (mis padres son cuzqueños), para mí las culturales milenarias tienen un gran valor.
Luego del viaje a México, ha sentido una nueva vibración en mí y mucho equilibrio.
La buena vibración del pueblo mexicano es algo que también dejó en mí una agradable impresión. Sobre la tarde que conocimos una familia del DF con la cual congeniamos y pasamos dos tardes-noches fabulosas.
Hemos vuelta a la insoportable realidad de ser y pertenecer a Virginia. Pero no hemos venido con la manos vacías, no: tenemos artesanías, una botellita de Tequila, otra de Mezcal, libros de Azuela(he devorado ya la novela corta “Los de abajo”), Fuentes y Valades, entre otros y , sobre todo, tenemos unas ganas intensas de sentir y vivir a plenitud.
Sé que voy a retornar a México y esta vez al DF. Estas cosas no se pueden explicar, solamente se sienten.
Hemos llegado a Virginia agitados y en lo particular algo afiebrado—el clima caluroso y las bebidas frías me pasaron la factura-- pero muy contento de estar en el mar, de respirar y sentir la tierra maya entre mis manos. Este viaje ha sido uno de los más memorables de mi vida quizás tan emocionante como mi viaje a Machu Picchu cuando tenía diez años(gracias eternas ,vieja linda por romperte el lomo y darnos la ilusión).
A propósito de Pio Baroja…He recibido un email desde España
Recibir emails y mensajes en Facebook es algo tan cotidiano que a veces no genera ninguna emoción y es casi una rutina en la cual tenemos que dar prioridad a lo que consideramos importante.
Sin embargo en ciertos momentos algunos mensajes pueden alegrarnos aunque no conozcamos a quiénes nos escriben.
El libro se llama El Árbol de la Ciencia y lo escribió mi querido Pío Baroja. Lo compré por internet el 2011. El libro --algo avejentando ya-- tenía dentro de sus páginas una firma donde se podía leer un nombre: Lolin Peny o Lolin Pery.
No estaba seguro del nombre del anterior dueño.
Yo le tomo mucho cariño a mis libros aunque suelo hacer anotaciones y comentarios en alguno de ellos afeándolos con mi pésima caligrafía. Al librito de Baroja le agarré un cariño especial del mismo modo que uno podría encariñarse algún otro objeto preciado.
Entonces, una noche puse en mi blog algunas notas sobre el libro que yo tengo y que le perteneció en 1973 a Lolin ,¿Peny? ¿Pery?
El post sobre Baroja y el dueño anterior del libro( Lolin) tuvo lugar en el 2011 creo.
Hace unos días ocurrió algo excepcional : Me escribió Lolin que resulta no era el dueño sino la dueña del libro hace 40 años).
Me cuenta Lolin que en 1973 ella cursaba el bachillerato (secundaria le llamamos en algunos países de Sudamérica y preparatoria en Estados Unidos).
En 1973 yo tenía dos años y vivía en Lima, Perú.
Así que Lolin me escribió para contarme que el libro que ahora tengo, fue suyo en una época juvenil en la que ella filosofaba sobre qué estudiar. Para asegurarse que era su libro me pidió la foto de la primera página.
Lolin sintió emoción de volver a ver su libro y se alegró de saber que lo tengo bien cuidado. Hoy el libro que conservo vale mucho más porque ha educado a dos personas y las ha unido al menos por un cordial email.
Nuestras vidas siguen (yo: casado, amando a mis dos hijas, escribiendo, estudiando, intentando vivir) y Lolin igual disfrutando de su vida familiar y los que la quieren.
La literatura posee una fuerza hechicera porque puede unir—y une— a personas que quizá nunca se conocerán.
Tan poderosa es la palabra y el papel impreso – y ahora el email-
que fue como Roberto Bolaño y Mario Santiago se conocieron con los(as) poetas peruanos de Hora Zero , uno de ellos (as)mi amiga, la poeta Carmen Ollé.
Quizás en algún momento mis libros no serán míos. Por eso en he puesto mi nombre en El árbol de la ciencia , para que alguien en el 2030 0 2040, sepa que el 2011 compré el libro que en 1973 fue de Lolin.
Sé que mis notas de Quijote son eso y nada más pero a mi me hacen muy feliz y de eso se trata la vida: de ser tu mismo; y hoy –luego de décadas de tropiezos—finalmente soy quien quiero ser.
Gracias a los que me ayudan en el camino de la literatura porque cada palabra , cada carta—como la de Lolin—me hacen creer cada día más en la literatura.