William Faulkner y
Juan Rulfo
¿Cómo escribir una novela?
De joven alguna vez pensé (el verbo en pretérito aparece propósito en negrita) que escribir era producto puro de la inspiración y la técnica, que el día menos pensado una musa me poseería estando en plena bacanal en algún lugar de Barranco(Lima) y diría: “Señores, discúlpenme que me vista y me vaya pero tengo que escribir un cuento pues en este preciso momento estoy inspirado”.
Creí del mismo modo (la ignorancia sí que es atrevida) que el alcohol podría ser fuente inspiradora. Un amigo poeta a quien llamaba con aprecio Jean Paul (por nuestro mutua simpatía hacia el escritor de “El Muro”) me contó cierta vez que se tomó una botella grande de cerveza para poder concentrarse y liberar las musas creadoras. Cuenta Jean Paul que despertó horas más tarde cuando los gallos ya cantaban y que apenas había escrito tres líneas: “Poema sin Titulo”.
Resacas posteriores propias de este servidor y cuentos pesímamente escritos me confirmaron que el arte de escribir navegaba por otras aguas. Entendí que el vino o la cerveza pueden ser compañeros eventuales para escribir pero que no garantizan éxito alguno y peor aún que su exceso puede aturdir hasta al más grande genio (la lista de escritores alcohólicos fallecidos es larga).
El 2003 retomé el hábito de escribir (luego de un equívoco retiro voluntario en 1997) y desde aquella época han pasado horas, días meses, años de leer, botar papel tras papel y momentos en los cuales quise dejar de escribir nuevamente pero por alguna razón no pude. Recién este 2009 mi primer libro (una simple antología de cuentos) verá la luz. Este largo periplo me obliga a citar con reverencia (y envidia sana) a grandes escritores como García Márquez, Vargas Llosa, Sabato, Hemingway, Steinbeck, Poe, y Faulkner. Quizás me haya demorado una década en entender que el trabajo laborioso también puede generar frutos y que escribir diariamente es bueno como dice Gabo, “para tener la mano caliente”.
Reviso algunas entrevistas de autores consagrados y al leerlos, pese a ellos vivir en diferentes espacios y tiempos coinciden en algo: hay que trabajar arduamente en los escritos para que pueden tener vida propia y que no hay caminos cortos para ser escritor.
Aquí parte de una reveladora entrevista a William Faulkner y fragmentos de “El desafío de la creación” de Juan Rulfo.
De joven alguna vez pensé (el verbo en pretérito aparece propósito en negrita) que escribir era producto puro de la inspiración y la técnica, que el día menos pensado una musa me poseería estando en plena bacanal en algún lugar de Barranco(Lima) y diría: “Señores, discúlpenme que me vista y me vaya pero tengo que escribir un cuento pues en este preciso momento estoy inspirado”.
Creí del mismo modo (la ignorancia sí que es atrevida) que el alcohol podría ser fuente inspiradora. Un amigo poeta a quien llamaba con aprecio Jean Paul (por nuestro mutua simpatía hacia el escritor de “El Muro”) me contó cierta vez que se tomó una botella grande de cerveza para poder concentrarse y liberar las musas creadoras. Cuenta Jean Paul que despertó horas más tarde cuando los gallos ya cantaban y que apenas había escrito tres líneas: “Poema sin Titulo”.
Resacas posteriores propias de este servidor y cuentos pesímamente escritos me confirmaron que el arte de escribir navegaba por otras aguas. Entendí que el vino o la cerveza pueden ser compañeros eventuales para escribir pero que no garantizan éxito alguno y peor aún que su exceso puede aturdir hasta al más grande genio (la lista de escritores alcohólicos fallecidos es larga).
El 2003 retomé el hábito de escribir (luego de un equívoco retiro voluntario en 1997) y desde aquella época han pasado horas, días meses, años de leer, botar papel tras papel y momentos en los cuales quise dejar de escribir nuevamente pero por alguna razón no pude. Recién este 2009 mi primer libro (una simple antología de cuentos) verá la luz. Este largo periplo me obliga a citar con reverencia (y envidia sana) a grandes escritores como García Márquez, Vargas Llosa, Sabato, Hemingway, Steinbeck, Poe, y Faulkner. Quizás me haya demorado una década en entender que el trabajo laborioso también puede generar frutos y que escribir diariamente es bueno como dice Gabo, “para tener la mano caliente”.
Reviso algunas entrevistas de autores consagrados y al leerlos, pese a ellos vivir en diferentes espacios y tiempos coinciden en algo: hay que trabajar arduamente en los escritos para que pueden tener vida propia y que no hay caminos cortos para ser escritor.
Aquí parte de una reveladora entrevista a William Faulkner y fragmentos de “El desafío de la creación” de Juan Rulfo.
ENTREVISTA A FAULKNER
-¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista?
-99% de talento... 99% de disciplina... 99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.-¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?
-Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún atajo. El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos, tiene una vanidad suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo.-Entonces, ¿usted niega la validez de la técnica?
-De ninguna manera. Algunas veces la técnica arremete y se apodera del sueño antes de que el propio escritor pueda aprehenderlo. Eso es tour de force y la obra terminada es simplemente cuestión de juntar bien los ladrillos, puesto que el escritor probablemente conoce cada una de las palabras que va a usar hasta el fin de la obra antes de escribir la primera.-Usted dijo que la experiencia, la observación y la imaginación son importantes para el escritor. ¿Incluiría usted la inspiración?
-Yo no sé nada sobre la inspiración, porque no sé lo que es eso. La he oído mencionar, pero nunca la he visto.-Y, ¿en cuanto a la función de los críticos?
-El artista no tiene tiempo para escuchar a los críticos. Los que quieren ser escritores leen las críticas, los que quieren escribir no tienen tiempo para leerlas. El crítico también está tratando de decir: "Yo pasé por aquí". La finalidad de su función no es el artista mismo. El artista está un peldaño por encima del crítico, porque el artista escribe algo que moverá al crítico. El crítico escribe algo que moverá a todo el mundo menos al artista.
“EL DESAFIO DE LA CREACION” POR JUAN RULFO
-¿Existe alguna fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista?
-99% de talento... 99% de disciplina... 99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.-¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?
-Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún atajo. El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos, tiene una vanidad suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo.-Entonces, ¿usted niega la validez de la técnica?
-De ninguna manera. Algunas veces la técnica arremete y se apodera del sueño antes de que el propio escritor pueda aprehenderlo. Eso es tour de force y la obra terminada es simplemente cuestión de juntar bien los ladrillos, puesto que el escritor probablemente conoce cada una de las palabras que va a usar hasta el fin de la obra antes de escribir la primera.-Usted dijo que la experiencia, la observación y la imaginación son importantes para el escritor. ¿Incluiría usted la inspiración?
-Yo no sé nada sobre la inspiración, porque no sé lo que es eso. La he oído mencionar, pero nunca la he visto.-Y, ¿en cuanto a la función de los críticos?
-El artista no tiene tiempo para escuchar a los críticos. Los que quieren ser escritores leen las críticas, los que quieren escribir no tienen tiempo para leerlas. El crítico también está tratando de decir: "Yo pasé por aquí". La finalidad de su función no es el artista mismo. El artista está un peldaño por encima del crítico, porque el artista escribe algo que moverá al crítico. El crítico escribe algo que moverá a todo el mundo menos al artista.
“EL DESAFIO DE LA CREACION” POR JUAN RULFO
Todo escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia: ahora.
Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, por caminos que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha sucedido.
La novela, dicen, es un género que abarca todo, es un saco donde cabe todo, caben cuentos, teatro o acción, ensayos filosóficos o no filosóficos, una serie de temas con los cuales se va a llenar aquel saco; en cambio, en el cuento tiene uno que reducirse, sintetizarse y, en unas cuantas palabras, decir o contar una historia que otros cuentan en doscientas páginas; ésa es, más o menos, la idea que yo tengo sobre la creación, sobre el principio de la creación literaria; claro que no es una exposición brillante la que les estoy haciendo, sino que les estoy hablando de una forma muy elemental, porque yo les tengo mucho miedo a los intelectuales, por eso trato de evitarlos; cuando veo a un intelectual, le saco la vuelta.
Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia: ahora.
Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, por caminos que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha sucedido.
La novela, dicen, es un género que abarca todo, es un saco donde cabe todo, caben cuentos, teatro o acción, ensayos filosóficos o no filosóficos, una serie de temas con los cuales se va a llenar aquel saco; en cambio, en el cuento tiene uno que reducirse, sintetizarse y, en unas cuantas palabras, decir o contar una historia que otros cuentan en doscientas páginas; ésa es, más o menos, la idea que yo tengo sobre la creación, sobre el principio de la creación literaria; claro que no es una exposición brillante la que les estoy haciendo, sino que les estoy hablando de una forma muy elemental, porque yo les tengo mucho miedo a los intelectuales, por eso trato de evitarlos; cuando veo a un intelectual, le saco la vuelta.